No quería escribir hoy.
Estoy cansada, muy cansada. Querría dormir por tres días seguidos hasta que se me pase la mufa, pero no tiene sentido, las batallas no están para ganarlas sino para darlas, y los peronistas no nos caracterizamos precisamente por darnos por vencidos.
Están pasando muchas cosas por fuera de esto, seguramente, pero en esta ocasión quiero incurrir una vez más en la autorreferencia, explicar un poco qué me pasa que no estoy hablando precisamente de todo lo que pasa.
Es una estupidez, porque estoy ciento por ciento segura de que así como estoy caminando por las paredes devanándome los sesos para saber cómo es posible que a una tonta sanmiguelina a quien le gusta escribir le bajen cinco cuentas de redes sociales en un solo día, todo el resto está como si nada, no se da cuenta de mi ausencia.
Pero al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen, es mi naturaleza de decidora. No puedo estar sin escribir y sin intercambiar con mis semejantes, pero además me sobreviene la duda. ¿Qué cosa tengo yo o tiene lo que escribo de especial, tal que sistemáticamente el sistema hegemónico de medios se empecine en acallarme? Sin lugar a dudas no soy la persona más picante del mundo, soy apenas una tipa a quien le pica el espíritu porque se sale de la vaina y tiene que decir. Eso es todo.
Pero aquí estoy, pensando qué será que pasa que supongamos que la tecnología se pone en mi contra.
Hoy fue uno de esos días en los que nada te sale bien desde el momento inicial, puras pálidas y cansancio. Y a veces pienso que no me debe estar pasando a mí sola, la energía que nos rodea es asfixiante, muchos estamos al límite de nuestras fuerzas, tratando de sostener la calma porque no hay caso, son todas pálidas y uno no tiene ni siquiera como prerrogativa la posibilidad de comunicarse con el otro.
Esa es la gran paradoja de esta época, que todos tenemos el saber y la comunicación literalmente al alcance de la mano y en la comodidad del hogar, pero no es nuestra facultad asirlos, se nos escapan, el uno por inabarcable, la otra porque es una falacia. Cada vez que uno se quiere comunicar de verdad el sistema falla y terminamos enmudecidos gritando en el desierto sin que nuestras palabras lleguen a ninguna parte. Lo único que nos llega es el eco de nuestra propia voz desgañitándose en el medio de la nada.
No pretendo victimizarme, simplemente explicar por qué no estoy donde debiera diciendo lo que es mi deber decir. Ha sido por dificultades que me escapan completamente.
Y además quiero reafirmar una vez más que no está en mí darme por vencida, en porfiada es difícil que alguien me gane, una de las características salientes de la personalidad anancástica es precisamente la rebeldía que me incita a hacer por lo general lo contrario de lo que se espera de mí. Reitero: en porfiada no me gana nadie y tampoco mi trabajo le hace daño a nadie, es absolutamente insignificante, por lo que voy a seguir, tengo que seguir porque lo que yo hago no es para los otros, es para mí, para mantener algo de la poca cordura que me queda.
Me encuentro en una etapa de la vida en la que o me pego un corchazo o sigo adelante, pero con la mala suerte para ustedes de que he jurado por lo que para mí es lo más sagrado, el amor, que no me infligiría daño a mí misma y lucharía por mi vida y la de mis seres queridos.
Lo que quiero decir sin demasiada elocuencia es que tal como lo describía en el texto inaugural de este blog, “El oficio del escribidor”, no escribo porque quiera ni porque me guste ni para los demás, sino para vivir, así que no voy a dejar de hacerlo porque en el medio haya quienes se molestan porque escriba.
Es personalísima esta anécdota y no sé si hago bien en contarla porque una lección que uno tiene que hacer lo posible por aprender es a no dejar que los otros lo vean sangrar y como soy una persona de psique bastante frágil y me encuentro atravesando circunstancias bastante particulares de mi vida, sangro a menudo. No debería exponerme así pero al fin y al cabo que con mi vida hago lo que se me antoja y si un día se me da la gana mostrarme vulnerable, lo hago, pues.
Ya he contado varias veces que me inspira Keith Moon, el baterista loco de The Who, quien dijo que aún antes de tener una batería propia y aprender a tocar ya era un baterista, porque lo sentía dentro, era un baterista mental.
Bueno, yo he sido escribidora mental, incluso antes de sentarme a escribir. Era una escribidora mental, estaba en mi espíritu el picor, había que encontrar con qué rascarse.
Hay tres momentos capitales de mi vida que me han marcado para lo que resta de mi existencia: descubrir el amor, reconocerme peronista y sentarme a escribir. De los primeros dos hitos he hablado muchas veces y además tienen relación el uno con el otro: el día que me di el lujo de enamorarme de verdad y amar con toda la fuerza de mi corazón conocí a la persona que me hizo ver que toda la vida había sido peronista y cuando esa persona se tuvo que alejar físicamente de mí, por razones que exceden a este texto, ese día me morí.
Me morí. Solamente me faltó que mi cuerpo colapsara.
Pero entonces llegó una persona que sin conocerme me dijo que se notaba que yo no estaba viva pero que merecía vivir. Y fue él, Lucio, quien me dijo que yo tenía que escribir, por el simple hecho de que escribir implica estar vivo, y que como él no me veía sino a través del mundo virtual, verme escribiendo era garantía de que yo estaría viva.
Lucio me contó acerca de un amigo suyo que se suicidó y fue él quien me hizo jurar, aparte de mi compañero de vida, que yo no haría lo mismo y que en cambio escribiría. Y yo tengo eso de tener palabra. Me llegó muy profundamente al corazón lo que ese buen amigo me dijo, me conmovió y me comprometió. Ahora tengo que escribir porque estoy viva.
Y entonces pasa eso. Existe ya una relación intrínseca entre el vivir y el escribir en mí, sépanlo. No me hace mucha gracia morir por algo tan trivial como un blog, pero debo decir que la única razón por la que dejaría de escribir es si estuviera muerta, ese es mi compromiso.
Una vez una persona a quien admiro mucho y que además es nada menos que la persona que me involucró por primera vez en mi vida de manera profesional y rentada en este mundillo de la escribición me dijo que yo no podía renunciar. Me dijo, viéndome flaqueando y al borde del abandono, dispuesta a todo por reunirme con quien es el combustible de mi alma, mi compañero de ruta a quien no tengo desde hace bastante el placer de abrazar… Cuando me vio flaquear esta persona me dijo que nadie renuncia a esto, porque nadie puede ir contra su naturaleza.
“De esto salís con las patas para adelante”, me dijo Casandro. Y creo que tiene razón. Esto es irrenunciable, así que muy a mi pesar, pase lo que pase, llueva o truene, cada tanto me van a tener aquí despuntando el vicio, porque es mi naturaleza y porque de esto se termina solo con la muerte, de esto salgo con las patas para adelante.
Maravillosas palabras Rosario, como siempre.
ResponderEliminarGracias por millones🙏
Compañera, quisiera extenderle el más caro agradecimiento. Me regaló una lágrima y una sonrisa. No es frecuente eso de verse la cara en lugares donde no hay un espejo y aunque Ud. escriba sólo para Ud., de algún modo me tomo el atrevimiento de imaginar que escribió un poquito para mí.
ResponderEliminarSepa disculpar la intromisión, con las gracias le acerco un muy sentido abrazo y a caso la desdicha de saber que ahora habrá otra persona que se alegre cada vez que la vea escribir.
Y es aquí cuando te agradezco por escribir, y deseo desde lo más profundo de mi ser y viniendo de alguien como yo que no ha dejado de flaquear y se pregunta si algo tiene sentido todos los días, que nunca dejes de hacerlo, aunque lo único que puedo hacer al respecto es enviar el equivalente a un abrazo virtual, si así lo quisieras.
ResponderEliminarCreo que el escribir de la forma en la que lo estás haciendo, en muchos casos realmente cuestionando lo que se da por hecho, definitivamente me ha dado más de una alegría, y es algo que eventualmente espero hacer, aunque nunca sepa si ese eventualmente va a llegar.
Seguro, no puedo pedir que no bajes los brazos, siendo que no sé cuánto tardaré yo, ni nadie, en bajarlos, pero si con decir que tus escritos me han dado aliento estoy logrando darlo yo a su vez, me sentiré conforme. Muchísimas gracias, nuevamente, por escribir y por estar acá.