La torre de Babel y por qué somos americanos

 


Hoy es 12 de octubre y tenemos que volver a la misma discusión de todos los años. Los argentinos tenemos eso de vivir en un bucle sin fin, el día de la marmota, en el que siempre discutimos fuerte, y más o menos por los mismos asuntos.


Los doce de octubre discutimos acerca del origen de nuestra patria, de si hay que celebrar la llegada del español, de si hay o no hay razas, etcétera etcétera. Sobreabundan las viudas de Eduardo Galeano con su indigenismo en el mejor de los casos ingenuo y también salen a la luz las viudas de Isabel La Católica y me atrevería incluso a decir que de Fernando VII de Borbón. Lamebolas hay de todos los órdenes.


Y uno como peronista siempre tiende al equilibrio, al ni tan tan ni muy muy, como diría mi padre, a la tercera posición. Ni leyenda negra ni leyenda rosa, reivindicamos nuestro carácter mestizo por sobre todas las cosas porque ha sido ese mestizaje el que nos constituyó como nación continente del sur del Río Bravo hasta la Tierra del Fuego, una nación americana e hispana, hispanoparlante, cristiana y única, pues nuestro criterio de nacionalidad y hasta de raza es un criterio cultural, de americanos. Iberoamericana, si le sumamos al Brasil cuyo idioma no hablamos, pero entendemos. Somos una región única en el mundo, en ninguna otra parte del mundo existe una cohesión tan fuerte que amalgame a tantos pueblos en un territorio tan extenso.


Y sin embargo resulta llamativo que quienes dicen que existe algo así como una “patria grande latinoamericana” —y uso la denominación francesa porque es la que suelen emplear las personas a quienes me estoy refiriendo— al mismo tiempo reivindiquen categorías como la de plurinacionalidad o autodeterminación de los pueblos para caracterizar la situación en este continente. Es una flagrante contradicción: si vos les reconocés por ejemplo a los mapuche la nacionalidad mapuche y les otorgás el derecho a habitar como nación soberana (esto significa capaz de dictar sus propias leyes) sobre el territorio que habitan, de repente te estás comprando un problema: estás diciendo que esas personas no son ni argentinas ni chilenas —por el simple principio de identidad de los entes, no se puede ser y no-ser a la vez, no se puede ser argentino y mapuche esto es no-argentino al mismo tiempo— sino que son mapuche y que no habitan ni en Argentina ni en Chile sino en Mapuchelandia o comoquiera que la corona británica los quiera nombrar. ¿Se ve o no se ve?


El resultado del reconocimiento de la plurinacionalidad es el separatismo cuando por encima del principio de unidad territorial se coloca al principio de autodeterminación de los pueblos. Es la secesión, la balcanización, la atomización y la ruptura en unidades que ya no cuentan con los elementos culturales que los cohesionaban como nación: ni la bandera, ni la cultura, ni la religión, ni siquiera el idioma en común, que es lo que hasta ahora nos hacía únicos en todo el mundo.


Es el sueño húmedo de la diplomacia británica devenida en diplomacia de la élite global: de repente la América Hispana, ese diamante en bruto, se convirtió en la Torre de Babel, nadie se entiende con nadie y por lo tanto todos se pelean con todos. Un auténtico bomboncito.


Pero eso no es todo: el día que de repente por sobre el principio de unidad territorial prevalezca el principio de autodeterminación de los pueblos se termina el reclamo por la soberanía sobre Malvinas. Y sí, si se les reconoce a los llamados “kelper” su estatus de no-argentinos, se terminó. Es peligroso, ¿no les parece? Dicho en bruto: si hay plurinacionalismo y autodeterminación de los pueblos no hay ni puede haber patria grande.


Y todas estas cuestiones emanan de ese discurso irresponsable del supremacismo indigenista, que el historiador Marcelo Gullo caracteriza creo yo que con buen tino de fragmentador.


Pero no me interesa más que hacer un repaso de este asunto porque hoy es 12 de octubre y resulta necesario brindar una explicación práctica de por qué nos paramos donde nos paramos. Somos peronistas, sí, Perón reivindicó la hispanidad, pero, ¿por qué? Nunca hemos de olvidar la dimensión puramente pragmática del peronismo; si reconocemos la importancia de la hispanidad no es por antojadizos: es porque ella nos hace americanos. Es lo que hace que podamos viajar de país en país y más allá de las tonadas y las comidas regionales poder entendernos, como cuando viajamos de provincia en provincia. 


Perón fundó el bloque ABC porque la unidad de los países que lo componían no era forzada, y tendía hacia la unidad continental porque sabía que unidos como bloque éramos insuperables. 


Tenemos mares, cordillera, selva, bosque, pradera y estepa. Tenemos un pueblo mestizo y americano que dondequiera que se encuentre se comprende y puede compenetrarse porque prevalecen nuestra lengua, nuestra cristiandad y nuestro pasado en común como criollos.


Y ahí está el quid de por qué el enemigo nos quiere separados y quiere que no nos reivindiquemos mestizos sino indios, es muy fácil: porque los indios vivían en tribus enemigas, guerreando los unos contra los otros, un imperio sometiendo a otro pueblo, sin paz, dominándose, hablando docenas de lenguas, separados, como en la torre de Babel. Quieren nuestra disgregación, por eso reniegan del elemento aglutinante de la hispanidad para reivindicar un modo de organización anterior, cronológica y culturalmente.


Eso tampoco es casual, pero aunque es evidente, no deja de pasar, ya el solo hecho de que año tras año nos peleemos por si hay o no que festejar el 12 de octubre es síntoma de que si aún no lograron que hablemos idiomas diferentes sí al menos nos han impulsado a habitar mundos diferentes, mundos aislados en los que para unos no hay nada que celebrar (aunque lo digan en buen castellano y el que esté en frente los entienda) y para otros sí, porque es motivo de celebración el hecho de constituir una región única en el mundo en la que pares donde pares, salvo en Jamaica, alguna Guyana o Haití, seguro que te vas a poder hacer entender con quienquiera que te encuentres aunque nunca en la vida hayas estudiado idiomas. Parece poco, pero no lo es.


Mirá España, la mismísima Madre Patria. Tiene el tamaño de la provincia de Buenos Aires pero si vas al norte hablan vasco, si vas al sur no les entendés ni jota a los andaluces y ni hablemos de los gallegos. Pasate un poquito a la izquierda y te hablan portugués, a la derecha, francés, al norte, inglés. Y todo en la extensión de estar recorriendo Buenos Aires y que los santafesinos o los pampeanos ya te hablen otro idioma. Dejate de joder.


Pero vos a un mejicano le entendés, aunque el tipo esté en otro hemisferio, no hablamos de una distancia precisamente corta. Y eso es lo que tenemos los hispanoamericanos. No es moco de pavo.


Tenemos que empezar a pensar estas cosas. No somos caprichosos, si hablamos acerca de determinadas cuestiones y con vehemencia es porque son importantes, no es por dogmáticos ni tampoco por obsecuentes, no somos ciegos chupaculos de Perón, entendemos los fundamentos por los que es importante la doctrina.


Somos americanos porque entre el indio y nosotros pasaron cosas, como diría un expresidente. Pasaron siglos de labor civilizatoria, con sus bemoles y sus errores, seguramente, pero con sus efectos positivos y multiplicadores. La pregunta es para qué lo somos. 


Tenemos todo para ser potencia y no lo somos no por falta de recursos sino a causa de los hombres, de los imperios y de los traidores de dentro. ¿Para qué somos americanos? Todo nos daría a pensar que somos un pueblo elegido por Dios, que así como a los habitantes de Babel les negó el poder comunicarse, obligando a cada uno a hablar una lengua diferente, a nosotros nos otorgó la facultad de entendernos, como no sucede en otras latitudes. Tenemos que preguntarnos por qué y para qué, porque no existen las casualidades. 


Pero en todo caso, aunque sea desde lo doméstico, porque no hemos de pretender cagar más alto de donde nos da el culo, tenemos que empezar a ejercer el don de la comunicación. No puede ser que de cada tema hagamos una cruzada y nos peleemos con nuestros semejantes, tenemos que empezar a encontrar puntos de conexión, tender puentes, derribar muros y comunicarnos. Al fin y al cabo todos somos hispanoparlantes, si no nos entendemos estamos en el horno.


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