Ayer una persona me hacía el comentario de que no me había visto hacer ningún análisis de discurso o similar respecto de la postura del feminismo en relación con el caso L.
L, sí, el niño asesinado en una brutal golpiza por su progenitora y la pareja de esta en la provincia de La Pampa. No me gusta nombrar a los niños en estos casos, no por restarles valor o negarles su identidad sino precisamente porque sé que como sociedad les estamos debiendo justicia a muchos niños y niñas que están en este mismo instante viviendo un infierno, que no se pueden defender, que son los más vulnerables y los que menos herramientas tienen para salirse de una situación de abuso o violencia y mucho menos pedir ayuda.
Cuando decimos Fulano o Mengana estamos individualizando y así nos ocupamos de un caso policial que nos resulta de interés hasta que surge otro (y lamentablemente siempre surge otro, hoy ya tenemos otro cadáver en los titulares) pero no hacemos jamás nada por rescatar a las víctimas de situaciones infernales de las que no pueden salir por el simple hecho de que son niños.
Respondí, ante el comentario, que no estaba pudiendo porque dolía demasiado y porque no me sentía en posición de expresarme siendo tan intenso lo que provoca un caso como ese, porque no quiero escribir nada de lo que me vaya a arrepentir luego, sobre todo en este tiempo en el que estoy haciendo todo el esfuerzo por proponer un discurso de unión y no de separación u odio, en un contexto en el que veo que los ánimos de todo el mundo están tan caldeados que a menudo pareciéramos estar al borde del estallido o la disolución social. Aún no me he podido ordenar, no se puede separar el cerebro del corazón en casos de esta naturaleza.
Así que este texto será breve seguramente, y algo fragmentario, un matete de ideas inconexas que no me están dejando dormir, por eso trato de supurarlas a ver si se me salen de dentro y dejan de molestar.
No hay nada ni nadie que pueda bajo ningún concepto justificar ni siquiera remotamente la violencia contra un inocente. Cualquier persona en su sano juicio, o por lo menos una servidora, se siente enferma de solo pensar en la posibilidad de lastimar a un inocente, aunque sea por accidente. Te duele el estómago, te da náuseas y te agarran ataques de pánico.
Recuerdo una amiga mía (examiga, ahora, ha pasado mucha agua bajo el puente) que cuando su primera hija era muy bebé quiso cortarle las uñas con un alicate pequeñito, pero no para bebés, y por accidente se pasó de corte y le provocó sangrado en una uña a la niña, por lo que salió corriendo a la guardia de la clínica y todo el tramo llorando como una Magdalena.
Claro, es el sentimiento de culpa. Seguro el pediatra de guardia se habrá querido cortar las dos bolas al ver a una tipa llorando a moco tendido trayendo a revisar a urgencias a una beba a quien hace un rato le sangraba una uña, pero que para entonces ya había parado de sangrar. Pero uno no lo puede evitar, la sola idea de hacer daño a lo más frágil nos destroza.
Y sí, porque a un ser humano en su sano juicio le causa un extremo rechazo la posibilidad de infligir dolor a un inocente, sea un niño, un anciano o un animalito, por ejemplo. Bah, a mí me pasa eso, por lo menos, porque me educaron así, no para equiparar en importancia a un ser humano con un animal pero sí para respetar toda forma de vida sin dañar a nadie.
Y entonces vos te enterás de un caso como este y se te descoloca el mundo, se te pone patas arriba. ¿Qué puede pasarte por la cabeza para que te veas impulsado a cometer actos de tamaña brutalidad contra una criatura que no se puede defender? No tiene sentido, no tiene explicación y la verdad que los porqués no interesan.
En algún momento a algún psiquiatra se le ocurrirá escribir un libro sobre las asesinas, les hará entrevistas, las investigará y nos explicará que seguro en la niñez fueron golpeadas o abandonadas por la figura masculina. Que ellas mismas sufrieron abuso sexual infantil o que en un accidente de skate una se rompió el marote y quedó psicópata, que la otra tiene rasgos depresivos y una personalidad apocada y que fue fácilmente dominada por la manipulación de la cabecilla, la verdadera alma máter de la aberración.
Poco nos importa, aquí había un niño de apenas cinco años que día tras día tenía que soportar toda clase de vejaciones, palizas, insultos, humillaciones y odio por el solo hecho de ser un indefenso y encontrarse en manos de dos monstruos enfermos de omnipotencia y sadismo. El resto será interés de la psiquiatría o de los programas de entretenimientos de los viernes a la noche, pero acá hay un muerto y no uno cualquiera.
Un nene, un indefenso que fue torturado hasta la muerte y a quien el único acto de piedad que le tuvo la vida fue permitir a sus asesinas matarlo más pronto y que se dejara de sufrir de una vez.
Pero bueno, al mismo tiempo me pasa que veo otras cosas y me generan tanto rechazo como el hecho mismo que los ocasionó.
Me generan rechazo las expresiones del tipo de “Ojalá que les hagan lo mismo que ellas le hicieron a ese niño” o las risitas o los corazoncitos en redes sociales ante la noticia de que las acusadas fueron convenientemente víctimas de unas feroces golpizas por parte de otras reclusas, en la cárcel donde están esperando que se las juzgue por el filicidio del que de momento son presuntas autoras, hasta tanto no sean halladas culpables.
Y es que no, no me parece un acto de justicia y no me parece genial y no me da placer que se apalee a unas personas hasta casi la muerte. No me reí cuando murió Videla, que mandó a matar a miles además de a mi propia familia, no me causa ninguna gracia que maten a golpes a estas minas, por monstruosas que sean.
No me gusta jugar a ser Dios y seré muy tonta, pero jamás tuve por costumbre hacerme eco de las repartijas de merecimientos y castigos, no me creo a la altura de hacer de jueza de nadie para impartir penas merecidas por los actos cometidos. “Se merecen que hache, be y zeta”. No, no comulgo con eso, que Dios me perdone. No me deja de parecer aberrante que se torture hasta casi la muerte a dos personas, sean estas quienes sean y no voy a dejar de pensar así porque vengan con antorchas y rastrillos a querer hacerme una pueblada en mi casa. Yo que soy profundamente creyente estoy convencida de que la verdadera justicia está en el otro mundo en manos de Dios y de que en este mundo solo hay un sistema de aplicación de leyes que son lo más parecido a un sistema de justicia que podemos pedir, si hay o no hay que matar a alguien, me declaro incompetente. Yo no entro en esa discusión.
Sí entiendo que a otros les genere más que la tristeza que a mí me provoca la injusticia, un sentimiento de enojo o virulencia, pero yo no los comparto y la verdad que si tuviera en frente a esas mujeres no me daría impulso de golpearlas, sino simplemente de mostrarles con mi indiferencia el profundo desprecio que no puedo evitar que me provoquen, porque a pesar de que trato de no guardar sentimientos negativos hacia nadie, soy humana y hay situaciones que en muchos casos no puedo controlar, me superan al punto que fallo flagrantemente en mis intenciones de ser una buena cristiana.
Y es que sí, me provocan una indignación sorda, lo más cercano al odio que en mi estupidez soy capaz de sentir. Y del mismo modo me sucede con los justificadores seriales, los que dicen que quien se asquea ante este caso lo hace por “lesboodiante” y quienes piensan y dicen livianamente que a las acusadas se las metió en la cárcel no por asesinas sino por homosexuales. Créase o no, me he llegado a topar con quienes afirmaban que seguro el niño “algo habrá hecho” o que de haber sido sancionado el aborto cinco años antes este “angelito” se hubiera librado de su calvario, pues hubiera sido con más “humanidad” asesinado directamente desde el vientre.
Pero no me quiero meter ahí, hay demasiada mierda y podredumbre y no quiero hundirme en ese fango de bajeza humana. Creo que mi frágil estabilidad emocional no está en condiciones de soportar desgranar ciertos grados de delirio, maldad, hijaputez o ignorancia, nunca termino bien de saber qué es. Quizás sea una ensalada de todo eso pero reitero, yo no me siento digna de juzgar.
El caso es que aquí tenemos un Estado que vive vanagloriándose de su presencia en territorio pero que permite que haya seres humanos siendo torturados por sus propios progenitores mientras los organismos del propio Estado miran pasar como quien oye llover. Tenemos una comunidad que no confía en sus autoridades y con justa razón, cada vez que apela a ellas en busca de soluciones termina siendo todo poco y todo tarde, y ya no alcanzan los dedos de la mano para contar todas las bolsas de plástico que se han llenado con cadáveres que se podían haber evitado de haber actuado quienes tenían que actuar.
Por eso digo que entiendo la violencia que a muchos les generan estas situaciones. Si bien no la comparto, la comprendo porque, ¿quién puede querer recurrir a los organismos del Estado cuando ninguno jamás mueve un dedo por proteger a los más débiles? Yo lo he contado en más de una ocasión: cuando a mí un degenerado me acosó sexualmente siendo adolescente, mi padre no fue a la comisaría ni pidió la sanción de ninguna ley ni la creación de algún organismo o ministerio, no. Se puso a la cintura el facón que le regaló el presidente Lanusse (o Levingston, nunca me acuerdo), encaró al degenerado en cuestión con mucha diplomacia y el tipo se volvió a aparecer en el barrio recién años después de que mi papá se hubiera muerto. Sano y salvo, eh. Solo conversaron.
Pero cuando a otro miembro de la familia un hijo de puta que además resultaba ser el propio abuelo de la víctima la abusó sexualmente, papá estuvo muy cerca de matar al responsable. No lo hizo solo porque hubo quien le pidió que no lo hiciera, pues no queríamos añadir a la desgracia presente el hecho de tener que ir a verlo a la cárcel. Lo entiendo, cuando alguien se mete con los niños es difícil controlar los impulsos. Que no comparta los métodos no significa que no lo entienda.
Pero además tenemos, reitero, un Estado que se vanagloria de su presencia y está ausente, porque así como el tipo que abusó en mi familia se murió libre y sin haber pasado un día detenido, de la misma manera hay cientos, miles de niños cuyos abusadores se la llevan de arriba todos los días y nada hacemos. Sucesivas entradas a hospitales, contusiones, fracturas, conductas riesgosas denunciadas y nadie se hizo eco del infierno que ese niño pasó, hasta que un día sucedió lo evitable pero previsible: en un rapto de sadismo y omnipotencia lo mataron, seguramente creyéndose sus dueñas, amas y señoras de su vida, borrachas de poder y de maldad, probablemente asistiendo al ritual de volcar contra ese cuerpito frágil años de ira contra los hombres o acaso contra la humanidad.
Como bien aclaré al inicio, este no es un texto coherente. Hay demasiado atragantado y demasiado dolor, por lo que no me está saliendo expresarme con claridad.
Solo espero que logremos salir de este estado de desorganización, violencia, furia e irracionalidad fruto del proceso de subversión del que estamos siendo víctimas desde hace un tiempo sin que hayamos podido revertirlo en lo más mínimo. Porque si no salimos, si no encontramos una salida a este estado de violencia no parará de haber víctimas, siempre entre los más débiles e indefensos, que son los que menos herramientas tienen ante la guerra de todos contra todos en la que ingresamos día a día.
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