Putas verdes o el culto de lo ordinario

 



Voy a tomarme un ratito para ver si garrapateo esta idea. Espero que no me tome demasiado tiempo.


Hoy me topaba con la siguiente nota: “Cuánto cobran en dólares las famosas que venden contenido para adultos”.


Era interesante, porque en este país una cosa que aprendemos desde muy chiquitos es que la primera moneda que conseguimos como pago a un laburo tenemos que sí o sí transformarla en lechuga porque de lo contrario corrés el riesgo de que para cuando te toque comprarte algo tengas una carretilla llena de papelitos de colores que valen la mitad de lo que valían cuando los ganaste.


Es así, si no es en dólares en este país no se puede ahorrar, eso lo sabe todo el mundo. Entonces nos muestran esa nota y estamos entendiendo que hay personas que por mostrarse provocativas vendiendo su imagen por internet están cobrando en moneda dura, de la que no se devalúa y al contrario, que en un país como este vale cada vez más. Y una piensa: qué genias. Ojalá tuviera yo el culo de Fulana o las tetas de Mengana para poder juntar dinero y poder hacer todo aquello que hoy no puedo y sé que no podré aunque me mate laburando.


Qué sé yo. Comprarme una casa, un departamento, un autito, armar un emprendimiento y que sobreviva a las veleidades de una economía caprichosa que cada vez se reduce más y más. Nada de eso puedo hacerlo por el simple hecho de que no tengo ni el cuerpo ni la cara ni las ganas de simular que me masturbo frente a una cámara que sí tienen las “famosas” que están más o menos acostumbradas a ese tipo de intercambios.


Puedo ser una persona instruida, disciplinada, formada, trabajadora, talentosa y demás demases pero o no tengo el ojete de Flor Peña, Silvina Luna o Cynthia Fernández, o no tengo la cara rota de ellas de ponerme en cuchufla y sacarme fotos y entonces no puedo formar parte de la minoría privilegiada de personas que pueden ahorrar en Argentina, pagar sus gastos y progresar, pensando en un futuro posible y cómodo.


Y sí, ya sé que este fenómeno no es nuevo, pero cada vez toma más aristas. 


Dios sabe que yo no soy una persona que reniegue del sexo, de la sexualidad ni la sensualidad. Por el contrario, soy bastante putorra y me encantan esos menesteres amatorios. Estoy consciente de que de un tiempo a esta parte me dejé estar bastante, pero en mis años de juventud jamás me costó gustarles a los hombres, no necesitaba esforzarme para hacerlo y por el contrario, era bastante zorra, que Dios me perdone.


Pero eso no quita el hecho de que no sé si el ideal de proyecto de vida que me gustaría que aspirase una hija mía, por ejemplo, tendría que ver con que ojalá esta tuviera un hermoso culo para mostrar.


Y sin embargo ese es el modelo que funciona, evidentemente. Siendo médica, deportista de alto rendimiento, profesora, música o escritora no tenés asegurado nada, mientras que si tenés la fortuna de haber criado un culo bárbaro podés hacer esa clase de cosas que se te venden como que te acarrean el éxito económico, véase, tal que te paguen en dólares.


Y sin embargo no es tan así. La mayoría de las putitas anónimas no cobran en dólares ni tienen éxito, no las llaman de plataformas internacionales ni los medios les levantan los perfiles de OnlyFans como notas de color. Las putas verdes son la excepción, no la regla, así como, es verdad, la profesora, maestra o abogada que llegan cómodas a fin de mes también lo son. El caso es que mientras casi ninguna con estudios y laburo llega a ahorrar en dólares, una en mil de las que solo se reducen a mostrar el culo y a hacerse las putas, sí. Y los medios replican el caso, exacerbando ese modelo de vida. Pero la pregunta es: ¿qué es más digno?


Con una mano en el corazón, si vos tuvieras que elegir entre que tu hija se ponga en bolas por plata y que estudie, se reciba y/o se gane su platita trabajando, ¿qué elegís? En serio te lo pregunto, ¿qué es más digno?


Que Dios me perdone, pero a mí me inculcaron determinados valores que siempre me toca acarrear dondequiera que vaya como una mochila que a menudo se torna pesada. En lo personalísimo, llámenme chupacirios, pero a mí me enseñaron que era mejor trabajar por plata y coger por amor. Y que era lindo desnudarse en la pieza para el hombre que una deseara, solo por el placer de ver en su rostro el reflejo de nuestro propio deseo.


Y así es un poco lo mismo con todo, este proceso tiene otras facetas.


En el caso de los varones, recuerdo cómo cuando yo era chiquita todos querían ser futbolistas porque sí, también eso te podía sacar de pobre. Todos querían ser Messi, Agüero o Tévez, pero hoy directamente el ideal de batacazo no está en pegarla haciendo una actividad que implica por lo menos el mantenimiento del estado físico, el entrenamiento y la disciplina, sino que los pibes hoy quieren ser youtubers que se “ganan la vida” pelotudeando delante de una cámara o “influencers”, que es un poco un modo de describir a un ladri que no agarra la pala porque, ¿qué hace un ‘influencer’, a qué se dedica? ¿Se saca fotos por Instagram, pide productos de marca a canje por más fotos, se hace tatuajes y los muestra? ¿De qué vive un influencer? ¿De qué vive una puta verde si no es de sacarse fotos del culo o publicitar videos “filtrados” de ella misma haciendo una fellatio?


Pongamos el ejemplo de Florencia Peña.


Una actriz talentosa con auténticas y reconocidas dotes para la comedia, con habilidades para el canto, la comedia musical y otros géneros. Una tipa de quien nadie puede negar que ha laburado como una bestia a lo largo de décadas, que se ganó su nombre. Y sin embargo, de un tiempo a esta parte sus intervenciones públicas no pasan de un culto a su propia putez, a su cuerpo y a su vida sexual. Desde hace mucho tiempo que no se le conoce un trabajo como actriz, casi todo el contenido que vende está relacionado con el hecho de ser un minón con un cuerpazo fatal a quien le gusta mucho la chota.


La pregunta capital es: ¿y a quién no le gusta? ¿Se ve la involución del personaje? Pasó de ser una persona que hacía algo que pocos pueden hacer bien y que requiere estudio, entrenamiento y años de disciplina como lo es actuar y cantar, hacer reír, para venderse como una persona que puede hacer lo mismo que hacemos todas adentro de la pieza. Porque a todas nos gusta el sexo, todas podemos calentar y calentarnos y eso no nos hace especiales, nos hace ordinarias.  


Y cuando digo ordinarias lo digo en el sentido más literal y estricto de la palabra, no peyorativo. Ordinario es lo que está dentro del orden de lo habitual; por el contrario, extraordinario es lo que se sale del orden, lo magnífico y fuera de lo común. Hoy en día lo que se promueve es precisamente eso, el culto de lo ordinario, la igualación hacia abajo cuyo resultado es la caída de la calidad media de una sociedad.


Que premiemos lo ordinario por sobre lo extraordinario nos impulsa a todos a esforzarnos menos porque al fin y al cabo, ¿de qué me sirve matarme estudiando si al final de cuentas un culo vale más que un médico, un balbuceador más que un músico, un operador más que un periodista, un ñoqui más que un político de carrera?


Es una genialidad, el culto a lo ordinario nos induce a desear menos, a aspirar a menos y a cultivarnos menos porque de antemano sabemos que el único modo de llegar a romper con este destino de pobreza es ser ordinario, a más ordinario, mejor. Solo a los ordinarios les cabe en una de esas dar el batacazo. Lo extraordinario aburre por complejo, por serio, por perfecto. Hay que promover lo ordinario que siempre es más digerible, liviano y rápido, como fast food cultural.


Y mientras tanto en el país y en el mundo pasan cosas serias, pero esto también es serio. La estupidización de la juventud tampoco es casual y también resulta funcional al estancamiento de una comunidad. Estúpidos, banales, superficiales, sin un mínimo conocimiento de nuestra cultura popular resultamos más fáciles, más maleables, más sencillos de dominar. Así nos quieren y así nos tienen. 


¿Cuántas veces nos hemos preguntado cómo sería poder tener el culo de Sol Pérez para poder vivir sin laburar? Nos seducen con un culo, nos inducen a ser putitas que cobran en verdes porque no nos pueden prometer una comunidad organizada en la que reine la justicia social. No sea cosa que nos avivemos y la construyamos entre todos.


Comentarios

  1. Sesudas reflexiones sobre la patente realidad cotidiana.

    ResponderEliminar
  2. Algo de ésto me recordó un Documental. Les comparto, si es que no lo han visto ya, Fake Famous es su nombre.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario