Marzo arrancó de la peor manera posible: iniciando el llamado “mes de la mujer”, que da pie a toda la sobreactuación posible y la rasgadura de vestimentas en torno a la figura de la mujer, una noticia aberrante vino a escandalizar a la opinión pública al finalizar los festejos de carnaval: una joven de veinte años fue presuntamente raptada cuando salía a tomar el colectivo y conducida de una punta a otra de la ciudad de Buenos Aires por un grupo de seis hombres que luego de aparentemente administrarle algún soporífero al parecer la violó sistemáticamente en plena vía pública, en un barrio transitado y a la luz del día.
El hecho fue advertido por los vecinos de la zona, quienes tomaron nota de los movimientos sospechosos que estaban teniendo lugar en el interior del vehículo en el que llegaron los hombres y dieron aviso a las autoridades.
Los detalles de la escena son escabrosos, pero además resulta indignante el grado de oportunismo de un feminismo que vive al acecho para culpabilizar a todos los hombres por la aberración cometida por un grupo, dándonos a entender que cualquier hombre sería capaz de raptar a una chica, drogarla y violarla en manada.
Se nos dice que el violador que sale a la caza de una víctima y viola en manada es un “hijo sano del patriarcado” y con esa afirmación se nos está diciendo precisamente eso, que por el solo hecho de haber sido criado como varón cualquier varón es un potencial violador, un violento y un femicida. Como una sentencia previa, digamos.
Se nos habla de la “deconstrucción” (la que me gusta llamar emasculación cultural) como medio para prevenir este tipo de casos pero el problema que se presenta es el siguiente: ¿y qué pasa cuando el que se ceba como la bestia que probó la carne humana y pasa a comportarse efectivamente como miembro de una manada, cuando el que viola por placer y mata por gusto es un individuo muy deconstruido, aliado feministo, que se conoce todos los eslóganes propios de la vulgata femiprogresista y se pinta de rosa y verde la barba los 8 de marzo en solidaridad con “la colectiva”, como pareciera ser el caso de más de uno de estos simpáticos muchachitos palermitanos que salieron a “pegársela en la pera” un día lunes de carnaval?
Nada, no pasa nada. Siga el baile, siga el baile. Igual hay que repetir la vulgata, porque de eso se trata la religión. No está para cuestionarla sino para acatar su liturgia al pie de la letra.
Y entonces viene la célebre ministra de Géneros y Diversidades, esa simpática intelectual con nombre de reinas inglesas (Elizabeth Victoria) y nos repite más o menos esa misma vulgata: cualquiera puede ser un violador. Tu papá, tu hermano, tu amigo. Todos, por el mero hecho de haber nacido con pene porque aparentemente a todos se nos ha criado con la absoluta certeza de que cualquier hombre tiene derecho a violar a una mujer por el mero hecho de ser varón.
Es decir: la persona que se lleva pingües ganancias del Estado nacional por supuestamente estar al frente de un organismo del Estado que fue creado para resolver las cuestiones que preocupan a las mujeres nos está diciendo que ella nada puede hacer por resolver el gravísimo problema de los hombres que se creen que es legítimo violar a mujeres por diversión. Y no puede hacer nada, ella que cobra para eso, porque la culpa está en nosotros, en el pueblo, que somos una manga de salvajes.
Nosotros criamos a nuestros hijos varones para que violen y maten a mansalva, nosotros educamos a los hombres que violan en la “cultura de la violación” y nosotros aplaudimos la aberración porque esta “refuerza la masculinidad”. ¿Qué puede hacer la pobre Elizabeth Gómez Alcorta por evitar la violación en manada si esta forma parte de nuestra cultura, si esos muchachones son “hijos sanos del patriarcado”? Tenga este cheque, buena mujer. Gracias por sus invaluables servicios prestados.
Pero resulta que no.
Resulta que los “hijos sanos del patriarcado” no violan ni matan, los hijos sanos del patriarcado protegen a la mujer y a los niños de la comunidad y castigan con severidad a los hijos de puta que se abusan de ellos. Porque el hijo sano del patriarcado no se equivoca, sabe identificar a un hijo de puta por el mote que le cabe y actúa con celeridad, como actuaron esa pareja de hijos sanos del patriarcado rescatando a una piba que estaba siendo violada y ultrajada por seis enfermos.
Enfermos hijos de puta, sí. Enfermos hijos de puta.
Mi papá era un hijo sano del patriarcado. Lo era, fue criado en una familia de las de antes, con una figura paterna fuerte y formó su propia familia bajo ese mismo modelo. Era un hijo sano de una organización patriarcal y él por paterfamilias encabezaba la suya propia.
Y cuando se enteró de que dentro de su seno familiar una niña de cinco años estaba siendo abusada no le dio una palmada al abusador ni le dijo: “Qué grande, campeón, cómo la ablandaste a la pendeja y te la morfaste”. No felicitó al agresor, no lo arengó ni pensó que el otro era un capo, un hijo sano del patriarcado cuya masculinidad se veía convenientemente reforzada por el hecho de estar aprovechándose del vínculo familiar, del amor de una criatura, para corromperla en lo más íntimo de su alma luego de haber corrompido su cuerpo.
No. El hijo sano del patriarcado no llegó a matar al enfermo porque Dios es grande nomás.
Me duele particularmente escribir estas cosas que atañen a terceros, a mis afectos más caros. Pero, vamos, hay que decirlo. Un violador no es un hijo sano del patriarcado, es un enfermo.
No un enfermo del cuerpo, tampoco necesariamente un enfermo mental. Es un enfermo social que pudre y corroe todo a su alrededor. Por eso merece un castigo ejemplar, porque su enfermedad enferma al conjunto y nos afecta a todos. El violador, el pederasta, el ladrón, el narcotraficante son un problema personal de cada uno de nosotros porque enferman a la sociedad.
Mientras sigan las “intelectuales” feministas muy bien pagadas y de excelentes relaciones diplomáticas con embajadas enemigas teorizando acerca de la peligrosidad latente en todo aquel que nazca con pene y se autoperciba varón por el mero hecho de haber nacido con pene y autopercibirse varón ninguno de los problemas que se relacionan con la violencia hacia las mujeres va a encontrar una resolución, sencillamente porque el mejor lugar donde esconder un árbol es el bosque.
Mientras el feminismo siga colocando a la altura de una violación que un pibe guste de una chica y se masturbe a solas pensando en ella no hay manera de que realmente podamos como comunidad hallar una resolución a una problemática que es evidente, escala.
Mientras se nos siga diciendo que basta con meter una letra e detrás de sustantivos y adjetivos y anudarse un pañuelo de color al cuello para resolver los problemitas de personalidad de los enfermitos que tienen inclinaciones hacia la violencia para pasar por sanos y “deconstruir la masculinidad tóxica” no lograremos separar a los individuos sanos de los enfermos para que estos no enfermen a la sociedad.
Son ellas las malcriadas, no nosotros. A nosotros nuestros padres nos enseñaron que a una chica no se la tocaba sin que ella prestase su abierta voluntad ni con el pétalo de una rosa. A nosotros nuestros mayores nos hubieran cocido el culo a patadas si se hubieran enterado de que considerábamos a la violación o el ultraje a la mujer como forma válida de “afianzar nuestra masculinidad”. A nosotros, los hijos sanos de las familias patriarcales nos enseñaron los mandamientos y, así brutos y cishéteropatriarcales, los hemos cumplido y los hicimos cumplir.
A otro perro con ese hueso.
Las malcriadas son ustedes, que aprendieron cosas que están mal y les habrán dicho que ser un hijo de puta era lo mismo que ser un genio.
Arreglen sus problemitas con la figura paterna en terapia, los argentinos bien nacidos somos otra cosa.
Magnifico, te felicito
ResponderEliminarNo olvidar que, para ellas, es un "plan de negocios" que incluye miles de cargos, asignaciones y prebendas.
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