El flaco favor de cogerse a una gorda

 




Un poco tramposamente, nomás por ver qué me respondía, le pregunté ayer a mi marido qué le gustaba de mí. Me dijo sin pensarlo: “A mí me gustan tus tetas”.

Después se largó a reír y trató de “arreglar” lo que había dicho agregando otras cosas que considera como mis cualidades, pero la verdad que le salió del alma. Y debo decir que no me molestó para nada, no solo porque sé que esa parte de mí le gusta sino porque sé que a uno no le gusta todo de su pareja sino que a uno le gusta su pareja en general, como persona, pero físicamente prefiere unas partes de ella más que otras. A mí por ejemplo de mi marido me gustan mucho sus ojos, pero la verdad que si lo hubiera diseñado yo para esa estatura le hubiera puesto unos hombros menos anchos, o bien le hubiera puesto los hombros de rugbier que tiene con unos diez centímetros más de estatura. Lo hubiera diseñado más risueño también, porque tiene una sonrisa hermosa que contadas veces muestra, siempre con esa cara de Terminator. Hasta la vista, baby.

Volviendo a sus ojos debo decir que por algún motivo que no entiendo muy bien por lo general las miradas de ojos muy claros me suelen inquietar, no puedo sostener la mirada a las personas con ojos azules o verdes. Pero él es la excepción, sus ojos verdes climáticos me tranquilizan, me transmiten paz. Y los extraño mucho.

De mí a él le gustan mis labios y también le gusta mi pelo, creo que porque mi cabellera es rebelde como yo y eso lo divierte, no está acostumbrado a encontrarse con personas a quienes les tolere que lo desafíen. Pero a decir verdad, soy la primera mujer “oscura” (negrita, vamos) con la que anda y sin embargo sé que le gusto aunque no me parezca en nada a Elizabeth Olsen o Marilyn Monroe, las minas que sé que más le gustan. Le gusto por mi pelo, mis labios y mis tetas, por mi manera de ser, le gusto por los sentimientos que hay de por medio, por nuestra historia y nuestro proyecto en común, por mi predisposición al sexo y por la camaradería que nos une. Porque soy la única persona que puede hacerlo reír y porque también soy la única con quien se da el gusto de mostrarse vulnerable. Le gusto yo y tiene ganas de llevarme a la cama por todo lo que soy yo y también porque lo atraen particularmente mis tetas, tal como dijo con total honestidad. Le gusto yo con todo lo que soy aunque no sea rubia ni alta ni delgada ni tenga unas piernas de metro y medio. Le gusto con panza, con canas y con celulitis porque es más que mi barriga o mi celulitis lo que ve cuando me mira.

Y todo este planteo porque un rato antes de formular la pregunta me había topado con un video en el que una militante “body positive” le contestaba ofuscada a un youtuber un video en el que el muchacho decía que a él le gustaban las gorditas, porque de acuerdo con su experiencia estas solían ser muy simpáticas, sabían cocinar bien y solían ser solícitas durante el sexo, “gauchitas”, como decimos aquí en Argentina. 

“Body positive”, como quizá el lector puede que sepa, es esa gente que ahora está de moda, personas que hacen de su sobrepeso una bandera a militar y que aseguran que la obesidad mórbida no solo no repercute en nada en la salud de los individuos sino que además es sinónimo de belleza y de salud. De acuerdo con ese movimiento, por enmarcarse este dentro de la lógica del progresismo, todo el que niegue los postulados de la morbidez como sinónimo de belleza y de salud es un “gordofóbico” y un odiador. Cualquiera que no se quiera acostar con una persona gorda es un hijo de puta y todo el que esté en pareja con una gorda debe desear necesariamente cada rollo de su cuerpo, caso contrario median el odio, la violencia o la fobia. Y paradójicamente, a la vez el body positive postula que el amor y el deseo no se pueden reducir a una cuestión corporal pues, tal como todos sabemos, el amor y el deseo sexual no se pueden resumir al gusto por el cuerpo del otro sino que las personas somos más que solo carne, tenemos un espíritu, una psique y una historia que nos definen más allá de si estamos gordas o delgadas.

Y está bien, es lo que yo misma estoy diciendo, precisamente. Mi marido no me dijo que le gustaban de mí mi barriga o mis piernas gordas, mi celulitis o mis estrías, sino mis tetas, mis labios, mi cualidad de persona trabajadora, el hecho de que tengo predisposición a cuidar de otros y mi sentido del humor capaz de contagiarlo. Le gusto yo como soy y porque soy yo, quizá no se fijaría en otra mujer parecida físicamente a mí (o sí, no tengo la menor idea) pero sí se fija en mí y desea estar conmigo y tener sexo conmigo porque este cuerpo lo habito yo, Rosario, la persona que soy con todos los rasgos que me caracterizan y me definen en mi ser yo. 

Pero resulta que esta señorita criticaba al muchacho que decía que de las gorditas les gustaba nuestro humor, nuestra cocina y nuestra sensualidad. Lo criticaba porque, según ella, las gordas no tenemos por qué estar “compensando” nuestro cuerpo con virtudes o cualidades externas a él, porque este es perfecto tal cual es. 

Pará, pará, pará, ¿cómo “compensar” nuestro cuerpo con otras cualidades? 

Claro, lo que decía esta señorita era que vos no tenés la obligación de ser simpática, cocinar bien o coger bien, ser bondadosa, astuta, graciosa o generosa para que un hombre te desee porque vos sos perfecta tal cual sos, así gorda.

Pero… ¿no era que yo era más que un cuerpo? O sea, si tenés que hacer la salvedad de que mi cuerpo es perfecto tal cual está entonces es porque me estás tomando solo como un cuerpo pelado, sin alma, aséptico de toda otra cualidad. Si un hombre me tiene que desear totalmente pero no por cualidades tales como mi sentido del humor, mi cocina o mi sexo entonces lo que me estás diciendo es que yo solo soy un cuerpo, que un hombre tiene que desear mi barriga y mi adiposidad para que considere legítimo su deseo hacia mí. Si no importa si soy simpática o antipática, si sé cocinar o no y si cojo bien o mal entonces soy solo un cuerpo pero, ¿no era que yo era más que solo un cuerpo?

Cri, cri, ruido de grillos.

La respuesta no nos la dice esta señorita. Ella solo nos dice que ese otro muchacho es un gordofóbico por decir que le gustan las gordas por cualidades extrínsecas a su mera gordura y dice que nos hace un “flaco favor” (llamativa elección de palabras) a las gordas fingiendo que gusta de nosotras, porque en realidad eso no es cierto. No le gustan las gordas por su gordura sino que le gustan las chicas simpáticas, buenas cocineras y fogosas en la cama a pesar de ser gordas. Y según esta señorita eso no se vale. 

No se vale que un tipo te desee y te ame por las que considera virtudes, no, le tenés que gustar por tu cuerpo porque si no es un gordoodiante. No importa que a uno le pase lo mismo, que quizá uno esté deseando o amando a un hombre que le parecería más bello si fuera más alto, más delgado o se riera más, no. Él te tiene que desear gorda, fofa, descuidada, y sin intención alguna de mejorar aunque no tengas ninguna virtud en absoluto. Si sos amargada, maldita, haragana o frígida el tipo te tiene que querer y desear igual, no es legítimo un amor que implique que vos pongas en juego en una relación de pareja o de compañeros sexuales lo mejor de vos. No es legítimo que muestres unas virtudes que seguro tengas para alimentar el deseo y/o el amor del otro, este te tiene que desear y/o amar en todo lo más desagradable de vos, que encima de ser un ser humano desagradable además sos gorda. Sos gorda y por eso sos perfecta, te tienen que querer gorda y forra, porque sos perfecta así.

Llamativo, ¿verdad? Reduccionista, si vamos al caso, porque reduce al ser humano a su cuerpo y el cuerpo a su gordura. Pero hipócrita sobre todo, porque además el planteo se vende a sí mismo diciendo que tenés derecho a que te deseen por algo diferente de tu cuerpo, aunque en rigor de verdad te están reduciendo a un cuerpo y más aún, a su grasa.

Y falta el remate del asunto, que es lo que realmente interesa y nos explica cabalmente de qué manera se inserta el discurso body positive en la agenda progresista: el mensaje final es que si un hombre quiere estar con nosotras pero no desea hasta el último rollo de nuestro abdomen, si nos desea a pesar de nuestro cuerpo y no por este, si nos quieren por nuestro ser integral, tripartito (espíritu y mente en un cuerpo) entonces lo mejor es que nos quedemos solas.

Sí, mi amiga con un cuerpo no “hegemónico”: es preferible que te mueras sola como la vieja de los gatos, estéril y yerma y gorda (no se te ocurra hacer el esfuerzo de bajar un poco de peso aunque no alcances a verte la cotorra), antes de forzarte a vos misma a ser mejor cada día. Mejor persona, no necesariamente más delgada sino tal vez una persona más simpática, más hacendosa, más generosa o lo que sea. No, no, vos no tenés que “compensar” nada, vos tenés que ser así, repelente, fea, desagradable, no en lo físico sino en lo espiritual, para que puedas regodearte en tu soledad y en el odio que todos sin motivo aparente sienten hacia vos.

No es legítimo que alguien te desee aunque no seas perfecta, que te ame en tu incompletud y en tu proceso de crecimiento, no. Vos sos perfecta así de desagradable como vos sos y si el mundo no se entera, que la chupe. El mundo no te merece, lo mejor es que sigas sola, atomizada y resentida porque nadie te quiere en tu perfección de gorda maldita. 

Flaco favor te hacen los que te quieren en la imperfección, porque sos perfecta. Cortá por lo sano, soltá.

Quedate sola. Y seguí engordando.


Comentarios

  1. Hay una frase muy impopular que encierra una gran verdad y la mayoría de veces se niega: "Si el exterior no me atrae, el interior no me importa".

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  2. Moriremos asfixiadas de corrección política

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  3. Todo eso que bien describís no es más que la normalización del narcisismo: una persona narcisista siempre te va a buscar el pelo al huevo para quejarse o para criticar, porque lo único que buscan es llamar la atención para manipularte.

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