Me acaban de decir que soy una hipócrita porque digo que me resulta repugnante que haya tantas personas tan interesadas en los detalles escabrosos de la estadía en la cárcel que les espera a Máximo Thomsen y compañía a raíz de la sentencia que los condena a perpetua por el asesinato de Fernando Báez Sosa, siendo que supuestamente en el caso Lucio Dupuy me extendí haciendo una lista de todas las porquerías que esperaba para Magdalena Espósito Valenti y Abigail Páez. Hay demasiadas personas interesadas en repartir violaciones a mansalva para “ajusticiar” a un hatajo de parias que no valen tres tarros de mierda. Tipos que fueron hallados culpables del delito que se les imputaba y van a tener que permanecer tras las rejas por décadas.
Y es interesante la acusación, porque me sirve para poner en comparación ambos casos y porque me gusta aclarar que yo me hago cargo de todo lo que digo pero de lo que no digo no me hago cargo.
Los acusados por el asesinato de Fernando Báez Sosa son criminales despiadados, lo dije antes y lo digo ahora. Ocho tipos se disponen a asesinar a otro con premeditación o sin ella pero sí en pleno conocimiento de que están cometiendo un asesinato. Lo golpean en manada hasta dejarlo inconsciente y cuando este se encuentra ya en el piso, desmayado e inerme, le siguen pegando. Dividen la tarea de cometer un asesinato a sangre fría en dos grupos, el de los que pegan y el de los que hacen de centinelas para que nadie se acerque a socorrer al moribundo. Una vez ultimada la víctima planean en manada una coartada y la sostienen en el tiempo.
No se comportan como “chicos”, no lo son. Desde el momento en que uno decide un buen día asesinar sin piedad será muy joven, pero se convierte en hombre. La pena es perpetua y eso es lo “justo”, muy entre comillas, aunque justicia es otra cosa. Justicia hubiera sido que Fernando sobreviviera y en todo caso, justicia será la que Dios decida cuando estos parias deban encontrarse con el Altísimo en el otro mundo.
El caso Dupuy es de otro nivel.
Es, en mi opinión, el caso más aberrante que haya conocido la historia criminal de nuestro país. El grado de maldad que abarca, sumado a toda una cadena de responsabilidades y omisiones de parte de todo un sistema institucional que por acción y por omisión facilitó la muerte de un niño de preescolar que fue sistemáticamente violado, torturado y terminó asesinado a golpes por su propia madre sacan de eje al más piadoso de los hombres. Reacción que no comparto, me niego a compartir, pero que entiendo. Magdalena Espósito Valenti y Abigail Páez no se levantaron un día cualquiera a la mañana con ganas de cagarse a las trompadas y terminaron “mandándose una cagada”, no. Se dedicaron sistemáticamente a torturar a un niño, a su propio hijo, a quien odiaban por el mero hecho de ser varón. Lo quemaban con cigarrillos, le mordían los genitales y lo mataban de hambre, castigándolo a golpes si vomitaba. El grado de saña, la planificación de la maldad no encuentran parangón en ningún otro caso de los que por lo menos yo tenga memoria en nuestro país.
Y cuanto más uno se adentra en el caso más náusea provoca, realmente asquea ponerse a maquinar sobre los detalles de semejante infierno vivido por un niño de apenas cinco años a lo largo de dieciséis meses de tortura. En lo personal debo confesar que lo que me provocan esas dos mujeres es odio, un sentimiento que no suelo ni quiero albergar en mi corazón, que me avergüenza y es impropio de mi naturaleza. No así los asesinos de Fernando, estos apenas me provocan entre desprecio y pena. Lástima no, por supuesto, pero sí pena por la pérdida de toda dignidad y la propia reducción a la bestialidad. Son animales, no demonios. Espósito y Páez sí lo son, son demonios infernales en cuerpo terrenal.
Pero volviendo a lo judicial, he dicho y sostengo que para los violadores, los pederastas y los asesinos de niños no corresponde otra pena que una prisión perpetua real, que se verifique en la práctica con una duración idéntica a la de la vida del recluso. Que se queden encerrados hasta que se mueran de viejitos, no hay de otra. Y eso no porque me interese tomar venganza sino por el mero hecho estadístico de que estos reinciden. Es así, el delincuente sexual no deja de hacer daño mientras le dure la vida, porque esa es su satisfacción y no puede evitarlo.
Pero yo nunca me he detenido a decir que a esas diablas hubiera que hacerles tal o cual, no me interesa que las violen o las torturen porque eso no le va a devolver la vida a Lucio. Simplemente digo que deben permanecer alejadas de la sociedad de por vida para que nunca más vuelvan a tener la oportunidad de acercarse a una criatura. Eso es todo, que de la justicia se encargue Dios, porque justo sería que Lucio estuviera vivo y eso no es posible. No me enorgullece desearles lo peor en mi fuero interno, no me gusta sentir odio, pero tampoco me he tomado el trabajo de maquinar en mi cabeza los detalles de los tormentos que se les avecinan por pasar el resto de sus vidas tras las rejas. A mí no me suma nada ni me hace mejor persona que a ellas les cercenen los genitales a mordiscones como ellas hicieron con un inocente. No quiero pensar en eso.
Sí he manifestado, y me hago cargo, la paradoja de que Abigail Páez pida ahora hacer “la transición” para hormonarse y “ser hombre” legalmente como se autopercibe, simplemente porque resulta paradójico cómo cuando es de su conveniencia este colectivo hace uso de su realidad biológica. Pues si de veras fuera un hombre le cabría ir a una cárcel con otros hombres y seguramente esos tormentos que a muchos pareciera que les causara placer describir con lujo de detalles tendrían lugar enseguida y sin mediar palabra. ¿Un violador y asesino de niños? Terrible destino le esperaría. Pero no, permanecerá con mujeres en un establecimiento penal para mujeres que es lo que corresponde por su realidad biológica.
Eso es todo, yo nunca dije que debería ir a una cárcel de varones, por el contrario, he dicho abiertamente que sería tan tonto poner a esta mujer en una cárcel de hombres como a un hombre en una cárcel de mujeres en virtud de un criterio subjetivo como lo es la “autopercepción”. Si soy hipócrita por decir que la justicia es un don de Dios seré hipócrita, pero lo que no soy es deshonesta con mi propio pensamiento.
Fin del comunicado.
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