El peronismo ha muerto, que viva el kirchnerismo

 


(Publicado en la Revista Hegemonía, febrero de 2024)


Hemos analizado con anterioridad en este espacio el proceso de “massificación” del kirchnerismo, esto es, la asimilación por ósmosis de la militancia autopercibida kirchnerista a la órbita del massismo puro y duro. La paulatina entrega del capital político de Cristina Fernández de Kirchner en manos del exdiputado y ministro de Economía del régimen albertista Sergio Massa fue un proceso lento, pero a estas alturas irreversible. Sin embargo, la victoria en ballotage del candidato libertario Javier Milei y su asunción como presidente de la Nación modificaron el escenario, reviviendo al kirchnerismo de entre sus propias cenizas.

Se trata de un juego de siameses en espejo, pero en esa dialéctica el mileísmo hoy oficialista necesita como oponente de un adversario ideológica y visualmente antitético a la propia imagen que ese oficialismo construye de sí, mucho más marcadamente contrapuesto al estereotipo del “libertario” que el estereotipo del “massista” como un individuo parado en medio de la vida, en la ancha avenida del panquequismo. Mientras que en la conciencia colectiva pensamos en el massista como un sujeto en tonos de gris, ajeno a los colores chillones y desenfadados del progresismo multicolor, la sigla K responde mejor a los requisitos de colocarse a sí misma en el centro de la escena para jugar a “oposición” (muy entre comillas) del mileísmo.

Algún proceso similar ya sucedió en el pasado: para sobrevivir a lo largo de los cuatro años de su mandato de horror, el macrismo hoy reciclado y fagocitando el mileísmo debió refugiarse en el kirchnerismo para garantizar su propia continuidad. ¿Y de qué manera? Pues, precisamente, por antítesis. La construcción del relato de la “pesada herencia” que más tarde utilizarían como argumento tanto Alberto Fernández como Javier Milei resultó fundamental para garantizar el éxito de esa estrategia de oposición en espejo. Estrategia que consiste, por otra parte, en la continuidad del modelo de saqueo a los ingresos de los asalariados en beneficio de los poderes concentrados utilizando como variable de distracción la división en “hinchadas” por sesgo ideológico.

Entonces, regresando a la comparación del River-Boca, está claro que las camisetas de uno y otro equipo deben verse a lo lejos como completamente diferentes, en términos cromáticos prácticamente complementarias. Y por eso llamarse massista no sirve para oponerse al mileísmo, es precisa la resucitación del kirchnerismo.

O de lo que sea que se llame kirchnerismo en este momento, claro. Si durante el gobierno de Néstor Kirchner y el primer gobierno de Cristina Fernández de Kirchner decir “kirchnerismo” era referirse a una suerte de modelo justicialista del nuevo siglo y ya a partir del segundo gobierno de Cristina Fernández el kirchnerismo se despegó del peronismo para asimilarse con la agenda global progresista al modelo del Podemos español, hoy el kirchnerista es una especie de trotskista cultural, progresista en materia ideológica, pobrista en materia social y coqueteando con el neoliberalismo en materia económica. Un massista en ropas colorinches, podríamos decir.

Es que la massificación de la militancia se ha completado, aunque a fines prácticos conviene sostener la oposición K-M. Así, los jugadores del equipo massista visten la camiseta multicolor de la K para que el equipo M se distinga visiblemente de aquellos incluso cuando en muchos casos se confundirían en cuanto abrieran la boca. Sergio Massa, por ejemplo, el hombre en las sombras que espera agazapado el momento de regresar a escena con la legitimidad de quien “tuvo la razón” durante los debates previos a la simulación electoral. ¿Quién podría negar los vínculos ideológicos entre el discurso y el pensamiento profundo de los liberales hoy llamados libertarios, mañana anarco-capitalistas y abiertamente gorilas siempre, con el niño mimado del establishment, el señalado como “líder de la oposición” por Mauricio Macri en la cumbre de Davos de 2016?

Nadie que lo observe objetivamente, por cierto. Más allá de los intentos de los trolls pagos del llamado “libertarismo” gorila por maquillar de kirchnerista puro y duro a Sergio Massa en el afán de esconder que fue el propio Massa quien a través de la intermediación de sus amistades mediáticas instaló en la arena pública a Javier Milei, la realidad indica que ni siquiera el progresismo más recalcitrante toma a Massa como uno de los suyos. Del hocico para dentro, por cierto, los kirchneristas emocionales que podríamos calificar como “cristinistas” siguen dolidos por haber tenido que entregar su lealtad a un “tibio” que otrora calificaban de traidor, incluso aunque del hocico para fuera repitan aún el mantra de que “era con Massa”, únicamente por haberse tratado del candidato del rejunte hoy llamado Unión por la Patria.

En ese sentido, el kirchnerismo histórico se encuentra atrapado en un callejón: apoya a Massa, militará a Massa cuando deba hacerlo y ha sido transferido por su conductora a manos de Massa aun a pesar de sus protestas, pero los kirchneristas no aman a Massa como sí amaban a Cristina Fernández y desconfían del tigrense por conocerle las “mañas”.

Dicho sencillamente, el proceso de riverboquización de las lealtades militantes hizo ver al massismo como ajeno al mileísmo por los mileístas y propio del kirchnerismo por los kirchneristas sin que la definición convenza ni a unos ni a otros, pero ambos campos coinciden en la obstinación de seguir adelante con la pantomima por no dar el brazo a torcer y dar la razón a la hinchada rival.

La consecuencia natural de todo este juego de humo y espejos es que en última instancia el mileísmo se ha visto en la obligación de realizar a la cáscara kirchnerista resucitación cardiopulmonar (RCP) para mantenerse a sí mismo con vida. De la misma manera que a lo largo de los cuatro fatídicos años del reinado de Alberto Fernández el kirchnerismo no se hundió en las tinieblas y hasta logró una excelente elección en 2023 apelando casi de manera exclusiva al relato de la “pesada herencia” y la “campaña del miedo” esto es, haciendo constantemente RCP al macrismo. En nuestro razonamiento dicha consecuencia se desprende del entendimiento de que en la dialéctica siempre se precisan dos polos para que cada uno se verifique y se reafirme en la oposición hacia el otro, pero no es este el único efecto del proceso.

La otra consecuencia y acaso la más importante resulta siendo la imposibilidad de hacer entrar en el esquema a una tercera posición que ponga freno a la lógica del espejo. Esto redunda necesariamente en la muerte por sangría del peronismo, la única posición alternativa a la lógica del River-Boca.

Y tiene sentido.

Con el diario del lunes, en vistas al enorme daño material y psicológico que el gobierno de Javier Milei ha ejercido sobre las clases trabajadoras populares y medias en tan solo dos meses desde su asunción, es posible comprender que la muerte del peronismo es un objetivo en sí mismo cuyo cumplimiento no habían podido lograr los enemigos de la patria ni a través del bombardeo a población civil, ni mediante el terrorismo de Estado, ni siquiera durante el parasitismo menemista o la debacle macrista. De manera sistemática y a pesar de las embestidas de aquellos poderes que en última instancia gobiernan sobre cada uno de los siameses en el espejo, el peronismo siempre había logrado producir “brotes verdes” y reinventarse para no caer en la extinción.

Pero eso ya no es así, toda vez que cada uno de los intentos por reorganizar el peronismo terminan cayendo en saco roto desperdiciando los esfuerzos de los pocos dirigentes que advierten acerca de la necesidad de ofrecer una tercera posición alternativa al mileísmo y el kirchnerismo ‘mainstream’, ambos legitimados por los poderes concentrados. Un ejemplo puede bien haberlo constituido el paro nacional convocado por el movimiento obrero organizado para el pasado miércoles 24 de enero, cuya movilización fue convenientemente apropiada por las caras más reconocibles del progresismo para dar que hablar al ejército de trolls mileístas. “No es un paro de los trabajadores sino de la política”, afirmaron en redes sociales los fanáticos libertarios. “Los trabajadores apoyan a Milei mientras que la oposición los utiliza con meros fines políticos”.

Las imágenes retocadas de los referentes del troscokirchnerismo más discursivamente radicalizado no tardaron en hacerse notar y desvirtuaron completamente el espíritu real de la protesta, la que había nacido al calor de la indignación popular y hubiera podido significar la primera muestra de una alianza entre asalariados y capitalistas en contra del plan de saqueo mileísta.

Pero allí no se termina la operación: siempre que el presidente Milei escoge un adversario para pelearse en redes sociales o a través de los medios, este resulta siendo una mujer, feminista, adorada del progresismo y con sobradas manifestaciones en su haber a favor de la agenda liberal progresista del globalismo multicolor. Desde Lali Espósito hasta Dolores Fonzi pasando por alguna periodista reconocida por su militancia proaborto, los enemigos del mileísmo son celosamente escogidos de entre aquellos que jamás cuestionan los contenidos sino apenas las formas.

El presidente se presenta a sí mismo entonces como un “misógino”, “fascista” y de “ultraderecha”, inspirando calurosos editoriales pronunciados a los gritos por “comunicadores” indignados en los medios de difusión y propaganda. Los mismos medios que, véase bien, jamás han denunciado la continuidad del proceso de desposesión de las clases trabajadoras populares y medias a lo largo de una década larga que ya viene abarcando cuatro gestiones de gobierno. La alternancia de colores de camiseta de quienes se sientan en el sillón favorece que esos “comunicadores” puedan hacerse los distraídos ante tamaño consenso sobre las cuestiones de fondo, las que representan en lo material y lo tangible la diferencia entre una existencia digna y la mera supervivencia.

El peronismo, entonces, que no transa con esa agenda de futilidades programadas, no hace ni puede hacer nada más que languidecer. No hay espacio en la agenda pseudopolítica para cuestionamientos de base al modelo especulativo en curso. Un poco porque el espacio dicho “político” de la discusión está siendo ocupado completamente por la pavada y la farandulización y otro poco porque siempre que en la arena política se nombra al peronismo es para enchastrarlo y desnaturalizarlo, asimilándolo con una postura de izquierda identitaria, larvada de todo carácter revolucionario.

Así, el pueblo otrora peronista reniega de lo que le venden por peronismo, pues el pueblo no gusta de ateísmo ni de homosexualismo ni de aborto ni de garantismo ni de pobrismo. El pueblo olvidó que el peronismo es justicia social y ese olvido es consecuencia directa y necesaria del accionar de los siameses en el espejo, que han completado su sangría.

En este momento los peronistas nos encontramos en esa situación precaria del oso polar que nada a la deriva sobre un témpano de hielo. Vemos la cosa pasar pero poco podemos hacer, no sabemos dónde nos conducirá la deriva que no sea a nuestra propia extinción. Somos los últimos ejemplares de nuestra especie y aunque tenemos buena voluntad nos resultará imposible repoblar la Tierra con otros ejemplares similares a nosotros mismos, toda vez que nos encontramos aislados y navegando sin rumbo. Nuestra vida depende de un milagro.

Y claro, los milagros existen, afirman las Escrituras que quien tuviere fe como un grano de mostaza habrá de decir a la montaña “Trasládate” y la montaña se trasladará, pero, ¿a quién no le flaquea la fe cuando se encuentra solo en medio del hielo, viendo cómo lo único que se cierra a su alrededor es agua y más agua hasta donde alcanza la vista y en todas las direcciones? Sin intenciones de resultar agoreros, el panorama que se le presenta a nuestro pueblo no es el más alentador.

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