Cuando la riada sube

 



Cualquiera que haya vivido en la villa o sus inmediaciones y conozca el drama de una inundación sabe muy bien que cuando el río sube lo primero que empieza a flotar es la mierda.

Es que como ustedes se imaginan, en los barrios bajos y las zonas inundables no existen las cloacas, por lo que las familias tienden a conectar los desagües de sus baños (si es que tienen baño) directamente a la tierra, a través de lo que se conoce como un pozo ciego. Cuando las lluvias son abundantes y las napas se recargan o bien cuando los ríos y arroyos se desbordan y se viene una riada esos pozos ciegos se desmoronan o desbordan también, contaminándose las aguas de lluvia con los tristemente célebres soretes humanos, que empiezan a flotar. Así, la inundación se torna una catástrofe no solo económica sino sanitaria, pues cualquiera que se sumerja en las aguas negras corre el riesgo de contraer todo tipo de infecciones.

Y la analogía puede que resulte escatológica, pero no por eso tiende a ser imprecisa: lo mismo sucede de tiempos en tiempos con la sociedad, cuando la riada sube los soretes empiezan a flotar.

Véase bien: no es que no hayan estado, sino que permanecían ocultos bajo tierra, hasta que en un determinado momento la oleada se los lleva puestos y estos flotan y se dejan arrastrar libremente, volviendo a ver la superficie donde poder desparramar su hedor con toda libertad.

Hay momentos en los que se pone de moda sacar a pasear la propia soretez de manera descarada, en los que ser sorete paga y momentos en los que los soretes deben ocultarse y aguardar la riada, porque queda feo que vean el sol.

Este tiempo es de esos en los que se vuelve a poner de moda ser mal bicho, la riada que se viene amenaza arrastrarnos a todos.

Y tiene sentido, aquí nadie tiene que sentirse insultado, este texto tiene más intenciones descriptivas que otra cosa. En lo personal tengo la hipótesis algo cínica de que los seres humanos podemos todos ser soretes en mayor o menor medida y que serlo o no depende en todo momento de nuestra voluntad, la que a veces flaquea no por maldad necesariamente (aunque de que la maldad existe tampoco tengo dudas), sino por hartazgo, desazón o bien por inercia, por un clima de época, como decía más arriba. Hay veces que la riada nos lleva puestos y damos rienda suelta a nuestra soretez inherente porque no tenemos fuerzas para rebelarnos.

Días atrás en un texto previo describía el malestar que me había provocado la risa de todo un sector ante la muerte de un muchacho que intentaba robarse cables de alta tensión. Que Dios me perdone, a mí no me causa gracia que un tipo se fulmine de esa manera, pero no por ello estoy defendiendo un accionar delictual. No, amigo, no está bien robarse los cables y dejar a todos tus vecinos sin luz, pero ello no torna divertido el hecho de que un tipo se haya quedado fulminado ahí. ¿O es que ya he perdido hasta el sentido del humor?

Hablando de cuestiones risibles, entre ayer y anteayer todos se mofaban de una pobre vieja que se había quedado colgada del portón de un supermercado chino. Llegó temprano a comprar minutos antes de que los empleados levantaran la persiana y cuando aquello pasó la cortina en cuestión la absorbió por las ropas y la levantó en vilo. Tuvieron que llamar a los bomberos para sacar de ahí a esa pobre vieja, quedó colgada cabeza abajo. ¿Y eso es gracioso? ¿Yo estoy tan mal de la cabeza que veo eso y me asusto, me pregunto si habrá quedado lastimada? Pienso qué sentiría si a mi mamá o mi abuela les sucediera una cosa como esa y no logro encontrarle el chiste.

Ojo, sé que nací vieja y amargada, pero la verdad que no le vi ni cinco de gracia.

¿O será que todos estamos tan necesitados de alguna alegría que buscamos cualquier excusa para reírnos un rato, aunque sea de lo absurdo o lo inesperado?

Como digo, es un clima de época. Nos causa risa algo que no es gracioso como nos causa algarabía el imperio de la ley de la selva. Un viejo no tiene mejor idea que electrificar el portón de su casa, harto como está de ser víctima de toda clase de robos, y mata a un vecino que quería robarle. ¿El veredicto popular en redes sociales? Un héroe. Pero no nos ponemos a pensar en lo delirante de la sola idea de electrificar un portón. ¿Qué hubiera pasado si en lugar de un vecino ladrón hubiesen atravesado ese cerco un niño, un perro, un gato, cualquier inocente, por hache, be o zeta? Es una locura todo. Es una locura que nuestro propio vecino se canse de chorearnos día tras día pero también es una locura que la desesperación, la desesperanza y la sensación de hallarnos completamente solos e indefensos nos conduzcan a considerar como necesario y posible el hecho de convertirnos en asesinos así como así, como si fuésemos pistoleros en el Lejano Oeste de las películas de John Wayne que miraba mi abuelo Nino.

Y sin embargo sucede, no estoy diciendo que ese hombre no tenga motivos para estar dispuesto a todo, lo que estoy diciendo es que no vale todo si no queremos un estado de guerra total de todos contra todos.

Un policía puede matarte por la espalda y es un héroe también, debe ser condecorado y su caso estudiado como ejemplo de lo que la sociedad necesita para regresar al imperio de la ley y el orden. Si uno se atreve a levantar la voz y decir: “No, mis amigos, disparar por la espalda y asesinar a una persona que se encuentra huyendo no es legítima defensa pues no supone ya un peligro de vida para el que dispara” entonces uno es un defensor de los delincuentes, progre panzallena pañuelero palermitano.

De repente, de un momento a otro, por el mero hecho de señalar que no está conforme a los protocolos de las fuerzas de seguridad matar por la espalda, una pasa ipso facto a convertirse en la mejor amiga de Claudia Cesaroni o de Eugenio Zaffaroni. Y no, mis amigos. Aquí nadie privilegia los derechos de los delincuentes por sobre los de la población civil, laburante e inocente. Pasa que los agentes de la policía son funcionarios públicos y no pueden disparar a troche y moche como se les cante, tienen el deber de cumplir con sus funciones. Los delincuentes tienen que estar presos y tienen que cumplir sus condenas completas, no ser asesinados por la espalda por agentes de policía armados y envalentonados, con licencia para matar.

Después todos nos golpeamos el pecho cuando a algún perejilito lo matan nomás por la portación de cara, y salen a llorar por la “maldita policía” y que pitos y flautas. Amigo, vos mismo le estás dando carta blanca a la policía para que mate a quien se le dé la regalada gana. Hoy es en ocasión de un robo flagrante, pero mañana puede ser en un tumulto o en una manifestación. ¿Y a quién le vas a reclamar, a Magoya? Hoy es un chorro, mañana un sindicalista, pasado un desahuciado social que no tiene más dónde caerse muerto porque lo echaron del laburo y sale a la calle a protestar.

Lola, amiguito, al gatillo fácil le estás dando cada vez más soga vos.

Y va a pasar, es inevitable que suceda porque los ánimos están cada vez más caldeados. Cuando maten a padres de familia en las huelgas que inexorablemente se van a empezar a reproducir en número, porque las están gestando la desidia y el modelo económico, ¿me vas a venir a decir que “les cabió por giles” como a los chorros de ayer?

Me vas a decir que no tiene nada que ver una cosa con la otra pero no es así. Vos fijate, son las mismas personas, los mismos agentes de policía. Tipos sobreexplotados, mal pagados, desprestigiados y evidentemente mal formados, psicológicamente no están preparados para manejar situaciones de estrés, pero los tipos están teniendo todo el día un arma de fuego en la mano. Todo el mundo los putea salvo cuando matan a algún delincuente por la espalda, entonces se los trata de héroes. ¿Qué te hace pensar que tu definición de “delincuente” cuadra exactamente con la que manejan ellos? Quizá para vos ser un delincuente equivale a salir a robar, puede que a ellos les parezca que un tipo que ejerce el derecho a la protesta es un delincuente también. ¿No es eso lo que vino a instalar (otra vez) la tristemente célebre Patricia Bullrich?

Sí, aún están saliendo a protestar solo un puñado de troscos roñosos que no tienen nada mejor que hacer, pero va a ir escalando. ¿Seguiremos en este tren de celebrarles a los policías cada vez que sacan el arma y disparan por la espalda y a matar?

Que Dios me perdone, pero en lo personal, prefiero no hacerlo. Y no porque considere que la vida de un chorro vale más que por ejemplo la mía. Soy una persona que ha trabajado desde los quince años, jamás le he robado nada a nadie, vivo de la mía, de mi trabajo, soy pelotuda de tan honesta y he salido de la más baja miseria (por ahora he salido, veremos cuánto tardo en volver a sumergirme ahí) por la intermediación de Dios y la Santísima Virgen, a fuerza de esfuerzo, estudios y sacrificio. No considero que un tipo que eligió para su vida salir a tomar lo que “la vida le negó” sea una víctima de la sociedad, todos venimos al mundo con nuestros quilombitos y no todos elegimos para nuestra vida el camino del delito y las adicciones.

Que se hagan cargo de su vida, lo que no quiero es justificar el crimen como motivo de otro crimen mayor, porque de ese imperio del “vale todo” no hay salida pacífica posible. ¿Cuántos muertos queremos que vayan a parar a la conciencia de gente trabajadora y buena, que por desesperación o desidia terminan cometiendo crímenes que no tienen vuelta atrás? ¿Cuántos muertos estamos dispuestos a tolerar en la guerra de todos contra todos mientras el proyecto de saqueo y destrucción de nuestra patria se mantiene firme y avanzando?

La violencia en tiempos de riada hace parte del genocidio por goteo. Policías que matan chorros, chorros que matan policías. Chorros que matan a vecinos por un celular, vecinos que matan a chorros por un celular. Padres de familia con ACV, madres de familia asesinadas a golpes por los maridos. Hijos muertos de hambre, hijos muertos por la droga. ¿Cuántos muertos estamos dispuestos a tolerar sin que hagamos nada más que seguir y seguir arengando la violencia?

Entonces uno, que es una gota de agua en el desierto, intenta poner un freno a esa espiral de violencia, advierte acerca de la imperiosa necesidad de poner en cuestión la ley de la selva y tiene que fumarse toda clase de acusaciones. Que no me hacen mella, por supuesto. ¿Me tienen que venir a decir que soy una negra y gorda? Amigos, tengo espejo. Lo que necesito es que por lo menos los que me leen aquí sepan que no me interesa defender la delincuencia, lo que quiero es que dejemos de estar todos al borde de la delincuencia. A ver si funciona, digo, ya que lo que venimos haciendo se ve que mucho no sirve.

Al parecer agarrarnos a trompadas en cada semáforo con cualquier boludo que nos mire torcido no está sirviendo para que la violencia vaya en desescalada. Probemos otra cosa, ¿no? Yo sé que es difícil no dejarse llevar por la ira cuando un changuito de supermercado está lo mismo que una jubilación mínima (¿Se dieron cuenta de eso? Si un jubilado come y se baña todo el mes, por el valor de un changuito, no paga los servicios ni se compra los medicamentos, porque solo la comida le lleva todo el haber). Pero, ¿por qué en lugar de orientar toda nuestra energía en matarnos entre pobres no cuestionamos mejor este sistema corrupto de reparto de la torta? ¿Quién es nuestro enemigo, el otro muerto de hambre que está igual de caliente que yo por la situación de mierda que le está tocando atravesar o el que está cómodo viviendo de la que nos debería tocar en reparto a los dos, a mi vecino y a mí?

La guerra de pobres contra pobres es una genialidad porque evita que organicemos la guerra de los de abajo contra los de arriba, para que dejemos de ser pobres de una buena vez. Y si por decir esto soy una negra gorda progre pañuelera palermitana hija de puta y defensora de chorros, bueno, pues, entonces seré una negra gorda progre pañuelera palermitana hija de puta y defensora de chorros. Lo que no soy ni seré jamás es una soreta inerte que por dejarse llevar por la oleada nada más, deje de luchar contra la corriente y de intentar ver si puede conservar mínimamente la humanidad en medio de tanta mierda.

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