Una de las cosas que está de moda esta semana es hacer diagnósticos
y pronósticos acerca de la situación del narcotráfico en el país y en
particular en la ciudad de Rosario, situación que conlleva hechos de violencia
de los cuales el más resonante ha sido el asesinato de un empleado de estación de
servicio, sin motivo aparente, a manos de un sicario en plena jornada laboral y
con el único propósito de brindar un mensaje mafioso a la sociedad.
Lo cierto es que en lo personal en esa área me declaro incompetente,
si bien existen tantas soluciones al narcotráfico como tuiteros (y habría más
si todos los que no tuitean lo hicieran también, porque si algo nos caracteriza
a los argentinos en tanto que sociedad politizada pero sin cultura política es
amagar a troche y moche soluciones que nadie nos pidió a problemas de compleja
resolución que no entendemos). En lo personal no tengo la menor idea de cómo se
soluciona el problema en Rosario y si tengo que ser ciento por ciento sincera
ni siquiera sé si la gravedad del problema es de la magnitud que nos muestran
los medios de desinformación.
Que Dios me perdone, pero yo en Rosario no he estado jamás,
no he visto la situación con mis propios ojos y si algo he aprendido en mis
treinta y cinco años de vida es que los medios y la política no dicen nada en
balde sino que siempre los mueve algún interés, aparte del hecho de que mayormente
dicen mentiras o medias verdades. Si los medios dicen que está lloviendo (y hoy
llovió mucho) salgo al patio a ver si es cierto, por las dudas. Claro que hay
opiniones y conjeturas que me resultan más interesantes que otras y con mayor
grado de racionalidad, pero el asunto del narcotráfico no es el motivo de este
texto.
Sí lo es un asunto aledaño que guarda cierta relación con el
tráfico de drogas pero que no involucra necesariamente a sicarios o cárteles
sino a ciudadanos de a pie. Me ha llamado mucho la atención ver reflotar ese concepto
medio extraño de “consumo responsable” que se nos quiere vender ahora como una
de las posibles “soluciones” al problema de la droga en nuestro país. ¿Consumo
responsable? ¿Qué significa eso? No imagino a nadie, a ninguna persona que ame
a otra o pretenda cuidarla que tenga a bien espetarle así porque así: “Drogate,
pero responsablemente”. Quizás yo sea muy pacata, puritana, vieja de alma o
todo eso junto, pero, vamos. ¿Consumo responsable? Eso solo puede ocurrírsele a
una persona que no tenga la menor idea de lo que son las adicciones o bien a
una persona que posea un historial de problemas con consumos conflictivos pero
no lo quiera asumir. A mí no me engañan.
Lo cierto es que en lo personal no tengo de cerca un ejemplo
de problemas de consumo de sustancias ilegales, pero sí conozco bastante acerca
de las adicciones a drogas legales y puedo garantizarles que es un infierno. Mi
padre era alcohólico, alguna vez en el pasado lo he contado y no me da vergüenza,
tampoco considero que tener un problema de adicciones sea una cosa vergonzosa
en sí misma, pero si hago la aclaración es porque de niña sí me pasaba. Me daba
vergüenza por ejemplo que, estando borracho, mi papá me mandase a comprar
cajitas de vino Uvita al almacén de Don Chávez acá a la vuelta de la esquina o
peor, recuerdo que hubo mucho tiempo que el Uvita salía un peso y que traía un
precinto metálico en el que a veces había grabada una leyenda del estilo de “Vale
por un litro” o similar. Papá me mandaba sin una moneda a lo de Don Chávez,
solo para que le canjeara esas chapitas por un vino cada una.
Un día de la vergüenza me largué a llorar, porque no quería
ir, y porque la señora de Chávez me miraba mal cada vez que iba llegando, se ve
que no le hacía gracia la promoción de los vinos, o quizá no le hiciera gracia
que mi papá me enviara a mí a comprar alcohol en lugar de ir por sí mismo, la
cuestión es que fuera por lo que fuera la vieja esa me miraba siempre con su
peor cara de culo. Yo tenía ocho o nueve años, no entendía el porqué de esa
hostilidad. Así que de regreso me quejé con mi mamá y me largué a llorar, lo
que ocasionó un pleito bastante subido de tono entre mis padres. Mamá estaba
medio sacada porque creo que ella también se molestaba un poco por el
alcoholismo del marido y otro poco porque el marido en cuestión enviara todo el
tiempo a la hija menor (que por entonces lo era, mi hermanita aún estaba en pañales)
a proveerle los vicios.
Ese día le dijo a papá, y no de buena manera: “Ramón, que
sea la última vez que la mandás a la nena a comprarte vino, ¿me escuchaste? Si
querés ponerte en pedo hasta reventar, hacelo, ¡pero con mis hijos no te metas
más!”. Supongo que papá habrá balbuceado alguna cosa, pero por el estado en el
que se encontraba mucho no estaba en condiciones de argumentar. Lo cierto es
que a partir de entonces siempre iba él, sabía qué batallas dar y cuáles no
convenía acometer porque papá era borracho, pero no tenía ni un pelo de
estúpido. Nunca es conveniente meterse entre una loba medio rabiosa y sus
cachorros. Con mamá no se jode.
Y sí, la verdad que me daba vergüenza porque los papás de
otras chicas no tenían olor a alcohol y no se dormían en la mesa mirando TyC
Sports. El mío sí, y me molestaba. Todo de él me molestaba cuando estaba así.
Su mirada perdida, su andar errático, las siestas en la mesa con ronquido
incluido, que descuidara su higiene y su aliento a vino. Dejé de saludarlo con
un beso, quienes me conozcan apenas se habrán dado cuenta de que tengo un
olfato excesivamente sensible y no lo podía soportar. Ese olor me traía toda
clase de recuerdos tristes, algunos vergonzosos y muchos ofensivos. Papá era un
tipo muy gracioso y carismático, de una locuacidad envidiable, bueno para los
números y para las ocurrencias, pero el alcohol lo ponía cruel y a menudo
estúpido.
Lento, diría, se transformaba. No lo reconocía en ese estado,
era otro hombre, uno que me desagradaba y mucho porque se parecía a mi papá
pero no era él. Recuerdo que alguna vez quizá por los nueve o diez años me dijo
alguna crueldad que motivó que jurase no volver a llorar frente a él, porque
tenía esa frase tan hiriente: “Después no se les puede decir nada porque
empiezan con las lagrimitas”. Nos hacía llorar de rabia y encima después se
burlaba porque llorábamos, qué gordo hijo de puta.
Lo cierto es que cumplí, estuve virtualmente una década sin
volver a llorar frente a él, la primera vez que rompí ese juramento él estaba
metido en una caja de madera, rígido y sin vida y yo no podía decirle que lo
sentía mucho, que a pesar de todo, de que no era perfecto, yo lo amaba. Y aún
lo amo. Yo tampoco soy perfecta pero sí sé que mucho de lo que soy, bueno y
malo, lo soy por él. Pero sobre todo por lo bueno, sin dudas.
Con los años fui entendiendo muchas cosas y sobre todo
entendí que el pobre tipo cayó en el alcoholismo un poco por influencia del
ambiente (vamos, que en el barrio al que no se mama lo tratan de pollerudo, de
conchita o de pelotudo, porque se ve que para ser “vivo” hay que chupar hasta que
no sirvas ni para escupir) y otro poco como un medio para escaparle a la realidad
tan dura que le tocó, trabajando desde los cinco años, siendo papá joven con
seis hijos a los que alimentar. El día que se quedó sin laburo agarró la botella
(la cajita, en realidad) y no la largó hasta que no estuvo con las patas para
adelante. Sí, lo que yo suelo llamar “genocidio por goteo”, a papá un poco lo
mató la mishiadura menemista. Cuando entendí el porqué de su problema, sin
justificarlo porque creía entonces y creo ahora que uno tiene la libertad de
elegir si quiere o no quiere usar sustancias como vía de escape a pesar de la
situación en que se encuentre, perdí la vergüenza.
Tampoco me quiero flagelar tanto por haber sentido aquello,
era una niña y los niños no entienden el porqué de las cosas, solo entienden los
sentimientos que las cosas les provocan. A veces siento culpa por haberme
comportado de determinadas maneras, otras veces pienso: “Tenías ocho años,
¿cómo te podés exigir madurez emocional y racionalidad a los ocho años?”. Y otras
veces siento culpa otra vez, ya me tocará rendirle cuentas al Creador por mis
pecados y veremos cuánto debo.
Pero si cuento todo esto es porque a través del filtro de mi
propia experiencia deseo que otros tengan una idea de lo que significan las
adicciones en la vida de quienes conviven con los adictos. Madre, padre,
esposa, hermanos, hijos. Me pueden decir que fumarse un porrito o tomarse una
raya de vez en cuando no son manifestaciones de una adicción, pero eso no es
del todo cierto. Mi papá no empezó tomando seis vinos, arrancó con una copita
en la mesa y lo mismo sucede con todas las sustancias. Mamá fuma desde los once
años, comenzó robando de a un cigarrillo a sus hermanos mayores y hoy a sus
sesenta y pocos (no se dice la edad de una dama) no puede vivir sin fumar. Lo
mismo les pasó a mis hermanos y hubiera podido pasarme a mí.
Sí, porque yo fumaba, aunque no lo crean. Me encantan los
cigarrillos, yo fumaba Benson & Hedges o Virginia Slims, cigarrillos de
vieja. Cuando empecé a estudiar en la universidad fumaba, me servía para no
tener hambre y me calmaba cuando estaba nerviosa. Fumaba poquito, dos o tres
cigarrillos pero, ¿saben qué? Hubo una vuelta que estaba en casa preparando un parcial
de Historia Moderna y sentí la necesidad de fumar. Nunca lo había hecho aquí,
de hecho nadie sabía que yo fumaba, pero ese día se me antojó. Aproveché que
estaba sola y me prendí un pucho, di una pitada y la sensación de placer y serenidad
que me provocó fue tan intensa, que me asusté. Me di cuenta de que había estado
nerviosa y era porque necesitaba fumar. ¿Se imaginan? Claro, es que yo tenía la
costumbre de faltar a todas las demás clases la semana que tenía un parcial,
para quedarme estudiando. Como hacía días que no asistía a clases hacía días
que no fumaba y mi cuerpo lo necesitaba. Qué problemón.
Di una pitadita más y me dije: “Esto no está bien”. Apagué
el cigarro, lo hice pedazos y el tabaco restante se lo coloqué a una maceta
entre la tierra, recuerden que es bueno para los pulgones. Los demás se los
regalé a una amiga cuando la vi, ella sí que era una fumadora empedernida.
Es que uno elige, mis amigos, elige si va a depender de una
sustancia o no, a mí no me la van a venir a contar. Quizás haya quienes
tengamos más fuerza de voluntad o más determinación, más herramientas o lo que
sea, pero nadie nos obliga a ser adictos. Si empezás a consumir una sustancia
es más fácil que termines siendo adicto que si no lo hacés, entonces el “consumo
responsable” no puede ser más que un engaña pichanga, o consumís o no lo hacés
porque si consumís siempre estás tentando a tu fuerza de voluntad. Y necesidad,
lo que se dice necesidad, no hay. Lo hacés porque querés, nadie te obliga.
El caso es que mi viejo era alcohólico, pero esa era una
cosa de la que no se vanagloriaba. Mi hermano también es alcohólico y
probablemente puede aducir los mismos orígenes en esa adicción que mi papá, con
todas las salvedades hechas y por haber. Aunque hubo varios años durante los
que mi hermano no bebió, pues había comenzado un tratamiento y terapia. Pocos
meses antes de morir mi padre, recuerdo que una vez esperó a que mi mamá se
fuera a visitar a mi abuela para tener una conversación con mi hermano. Yo estaba en la casa porque me había quedado
estudiando y escuché lo que hablaban. Las paredes de la casilla eran delgadas y
no se prestaban a secretos.
Podrán creerme o no, aunque deben admitir que no tengo
necesidad de mentir. Recuerdo las palabras de papá porque me llegaron al
corazón. Estando un poco borracho, (porque tenía que envalentonarse) abrió el
corazón y confesó:
―Hijo, te quiero
felicitar por todo el esfuerzo que estás haciendo. Y sé que es un esfuerzo,
porque yo mismo intenté mil veces dejar de tomar y nunca pude. Quiero que sepas
que estoy muy orgulloso, estás haciendo algo que yo no puedo, porque la verdad
que la botella me domina. Mi problema no es el último trago, es el primero,
porque quizás puedo estar un tiempo sin tomar, pero el día que empiezo no puedo
parar. Espero que sigas adelante y que no te dejes vencer por las ganas, yo sé
lo que te cuesta y quiero que sepas que te felicito. No quiero que seas como
yo. Yo ya no voy a salir nunca de esto, vos estás a tiempo.
Increíble, ¿no?
En tiempos en los que los padres se ponen en pedo mano a
mano con los hijos o se fuman juntos un porro mi papá, el tipo más recio del mundo
y no precisamente afecto a los elogios eligió no solo mostrarse vulnerable ante
el hijo, sino que lo incentivó a seguir luchando contra sus demonios, esos demonios
compartidos por los dos.
Lamentablemente mi hermano no lo logró. Recuerdo el día que volvió
a tomar. Fue una Navidad, una reunión familiar, cumpliéndose casi el primer año
de la muerte de mi padre. Recuerdo cómo en medio de todo un grupo de borrachos
el loco hizo fuerza por horas y horas. “Dale, qué te hace una cerveza… Una sola
y no te jodemos más, no seas puto”.
Una cerveza, le dijeron.
“Consumo responsable”, ¿se ve?
Le insistieron y le insistieron, y varias horas aguantó. Yo
tenía en mi mente las palabras de mi padre unos dos inviernos antes. “Yo sé el
esfuerzo que estás haciendo, hijo, estoy orgulloso”.
Escribo esto con amargura y los ojos llenos de lágrimas.
El problema nunca es el último faso, la última cerveza, el
último cigarrillo. Es el primero. No existe “consumo responsable”, no tenés
necesidad de consumir. No te dejes vencer por el qué dirán, no sos un maricón,
no sos un cagón, no sos un forro, tenés derecho a cuidarte, tenés derecho a
salir del consumo. Si te encontrás en eso de dejar lo que sea a lo que seas
adicto, dejame decirte que yo sé por el esfuerzo que estás pasando.
Cuando era chiquita me daba vergüenza que mi papá fuera
borracho, ahora no. Me da pena y hubiera querido ayudarlo, decirle que yo lo
bancaba en todas, pero que si intentaba dejar, que cada paso adelante me haría
sentir orgullosa. No que no esté orgullosa del padre que tuve, lo estoy porque
sé que ante todo y a pesar de todo era un buen hombre que hizo lo que pudo con
lo que tenía. Cuando crecés te deja de dar vergüenza y te causa dolor. Duele
ver cómo aquel a quien amás se está destruyendo sin que vos puedas hacer nada
porque la voluntad para salir de eso tiene que salir no de vos sino de él.
No existe el “consumo responsable”, las drogas, el alcohol y
el tabaco matan más tarde o más temprano. Y creeme, no es verdad que solo te
hacen daño a vos, sino que dañan a todo el que te quiere. ¿Vos querés eso?
¿Querés lastimar a todos los que te rodean? Me parece que no.
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