Escuchen, corran la bola… De Chocolates, Mbappés y pateras

 


Desde Qatar 2022 nos vienen buscando las cosquillas, incluso desde antes de que Argentina se consagrara campeón del mundo, ya durante la organización del evento y en las preliminares.

Un “intelectual” ignoto firma una nota de “opinión” en un periódico norteamericano explicando por qué, de acuerdos a sus sesgadas investigaciones de dudosa procedencia, en Argentina no hay población negra. A esa nota le siguen otras que se preguntan en tono suspicaz por qué la selección argentina de fútbol no tiene ni supuestamente ha tenido jamás en sus filas ningún jugador de antepasados africanos, aduciendo que la sociedad argentina es marcadamente racista y aparentemente ser negro podría resultar en un filtro para negar a determinados jugadores su acceso al seleccionado mayor. 

¿Y Maradona?, nos preguntamos los argentinos. Todo el mundo sabe que además de italianos algunos de sus antepasados eran africanos de la época de la colonia. Seguro algún que otro guaraní habría también en esa mezcla, pero los rulitos del Pelusa no salieron de la nada, hay un gen africano en esa cabellera. 

¿Y qué me dicen de Chocolate Baley? Fue campeón del mundo con Argentina apenas diez años después del asesinato de Martin Luther King, por ejemplo, para que se hagan una idea. Eso fue en 1978, tan solo 23 años después de que Rosa Parks se viera en la obligación de negarse a ceder el asiento a un hombre blanco, actitud rebelde que generó una enorme conmoción en la política de un país cuya historia estaba enteramente atravesada por el racismo puro y duro, sin alicientes ni lugar a interpretaciones.

Otro campeón del mundo, esta vez de la camada de 1986, el Negro Enrique, ¿tomaba mucho sol o le decían Negro porque el tipo tenía una tez del color del marfil? A Javier Mascherano, capitán de la selección subcampeona del mundo en 2014 ¿le vieron la cara con detenimiento alguna vez? ¿Alguien puede dudar de que en esa mandíbula hay antepasados africanos? ¿Y los ojos de Di María, bicampeón de América y campeón del mundo en 2022, alguien puede no emparentarlos con los rasgos fenotípicos característicos del África del Norte? Lautaro Martínez, el goleador de las últimas dos ediciones de la Copa América y actual candidato al Balón de Oro, no es blanco como la leche sino más bien morocho fuerte, de esos que también se ven en el Cuerno de África. De Enzo Fernández ni siquiera voy a hablar, tómense ustedes el trabajo de mirar uno a uno a los jugadores y verán que si los argentinos puede decirse que un poco hemos “bajado de los barcos”, no todos esos barcos provenían directamente de Europa. 

Y sin embargo, sigue la cosa. Un grupo de hinchas canta en las calles de Doha, capital de Qatar, una canción de cancha en la que hace alusión a lo paradójico de la procedencia de muchos de los jugadores del seleccionado francés. “Juegan en Francia pero son todos de Angola… Su vieja es nigeriana, su papá, camerunés. Pero en el documento, nacionalidad: francés”. Y entonces la operación se traslada ya no solo a los Estados Unidos sino a Europa.

Qué escándalo, qué racistas estos argentinos. No solo no permiten que los negros lleguen a jugar en su seleccionado mayor sino que encima de todo se burlan del origen africano de los jugadores de otros países mucho más inclusivos que el suyo propio, como lo es el caso de Francia. Terrible, inaceptable. 

Lo llamativo del caso en aquel entonces fue la comprobación de que muchos de los que se reían de la ocurrencia del público argentino eran, sorpresivamente, los propios africanos. “Es verdad”, manifestaban. “Ojalá en lugar de para Francia o Inglaterra los Mbappé, los Kolo Muani, los Tchouaméni jugaran para los seleccionados de Camerún o de Nigeria, países de origen de sus padres”. Ha habido algunos casos dignos de mención, como los del defensor español Achraf Hakimi y el arquero canadiense Yassine Bounou, quienes lograron la histórica performance del seleccionado marroquí en el campeonato mundial de 2022, llegando a competir entre los cuatro mejores equipos del certamen. 

El debate en las redes sociales se calentó por entonces, centrando los europeos sus esfuerzos en demostrar que los argentinos odiamos a los negros por señalar la ascendencia africana de los franceses, mientras que los propios negros, paradójicamente o no, comprendían la crítica explícita en la canción y se hacían eco de ella.

La pregunta que se impone entonces es la siguiente: ¿no será que los argentinos y los africanos tenemos el culo limpio y por eso no tomamos como un insulto en sí mismo el hecho de ser negros o hijos de africanos? ¿Qué hay de intrínsecamente malo en señalar el origen inmigrante y africano de un equipo de fútbol?

La respuesta al interrogante puede bien ser la misma que para el caso de las acusaciones de racismo por parte de los yanquis, la sociedad más racista del mundo: no hay nada de malo en ser inmigrante o ser negro, lo malo es por qué Europa se llenó de negros, por qué los Estados Unidos hoy, dos siglos y poco más luego de su independencia se ven en la obligación de congraciarse con los negros a niveles de condescendencia en virtud de las culpas que como sociedad arrastran. Los argentinos jamás hemos tenido ese problema: aquí los africanos que llegaron desde la época colonial se mezclaron con la población criolla y nativa y la sociedad argentina terminó siendo una mezcla racial inextricable a partir de la inmigración desde el último cuarto del siglo XIX.

Esos procesos de importación de negros primero y de inmigración europea después conformaron una sociedad mestiza en la que la mixtura pacífica fue la norma, nunca la segregación. Por eso es difícil reconocer en los jugadores argentinos los rasgos de ascendencia africana, más allá de por la obviedad de un porcentaje inferior de negros en los orígenes del país, debido exclusivamente a la inexistencia de actividades económicas trabajo intensivas en el Río de la Plata, a diferencia de en otras regiones de la América Hispana y sobre todo de la América anglosajona y el Brasil. 

El comercio de esclavos no ha sido la norma jamás en una región cuya actividad más rentable fue desde la misma fundación de la ciudad de Buenos Aires el comercio de artículos suntuarios de contrabando, actividad exclusiva de una pequeña élite de comerciantes de antepasados u orígenes portugueses. 

¿Pero qué les vamos a explicar a sociedades como la norteamericana que se construyeron sobre las espaldas de unos esclavos a quienes ni siquiera les reconocían la humanidad? ¿Qué diremos de las sociedades europeas como la británica, la holandesa, portuguesa o francesa que se han dedicado durante siglos directamente a organizar razzias de personas en el África para su posterior venta como esclavos? 

Y la cosa no se termina ahí, porque la rapiña que Europa llevó adelante sobre el continente africano no culminó con la abolición de la esclavitud, continúa hasta nuestros días. Los países africanos no son libres, no son independientes ni soberanos y las condiciones de sujeción, coloniaje y explotación a las que Europa ha sometido a los pueblos africanos es precisamente el motivo por el que la inmigración desde África hacia Europa no para de escalar y no se puede detener. Países empobrecidos, rapiñados, condenados, expulsan a su población y obligan a los negros a aventurarse en el mar en pateras que muchas veces les cobran la vida. 

Es por eso que en Europa nacen Mbappés o Tchouamenís, eso es lo verdaderamente escandaloso del escándalo. Pero claro, los argentinos somos racistas por señalar eso en lugar de hacernos eco del buenismo progresista que reina hoy en las sociedades hipócritas que amasaron poder a través del pillaje, el robo y la explotación de africanos quienes antes de ser “negros” siempre han sido seres humanos a quienes durante siglos la Europa blanca les negó siquiera el reconocimiento de su humanidad. Sociedades hipócritas que hoy fingen demencia ante su propia bestialidad. 

Los argentinos no somos racistas, lo que somos es rebeldes y altivos, porque nunca nos hemos dejado doblegar por la mentalidad de colonia y no lo vamos a hacer, estamos orgullosos de nuestra sociedad profundamente humanista, cristiana, hispana y sobre todo mestiza, donde todo hombre es bienvenido siempre y cuando se sienta argentino. El argentino nace donde quiere, de cualquier color pero siempre orgulloso. El resto, como diría el Dibu Martínez, que arregle sus traumas en terapia. Que la chupen, que la sigan mamando de parte de Diego Armando Maradona, el negro de Villa Fiorito.

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