Como consecuencia de la
difusión de una serie de protestas llevadas adelante por el personal médico de uno
de los más reconocidos centros de atención pediátrica del país, el hospital
Garrahan, en las últimas jornadas hemos asistido a un intercambio mediático algo
estrafalario entre el exsecretario de Comunicaciones y de Comercio Interior de
la década kirchnerista devenido en panelista de televisión Guillermo Moreno y
el periodista demoprogresista simpatizante del sionismo internacional Iván
Schargrodsky. La discusión tuvo lugar a partir de la respuesta televisiva de
Moreno a una acalorada diatriba pronunciada por Schargrodsky en algún programa
radial y envolvió al exfuncionario y referente del peronismo una vez más en una
serie de acusaciones acerca de lo exagerado de sus aseveraciones o bien del
aparente deterioro cognitivo en un dirigente maduro que de acuerdo con algunos
sectores de izquierda y derecha parecería estar “gagá”.
“Donde se muera un chiquito
por falta de atención en el Garrahan porque el ajuste en salud impidió una
atención temprana”, afirmaba Iván Schargrodsky en su habitual exasperante tono
pausado y chillón, “el juego pasa a ser otro. Está habilitada la sociedad
argentina a tomar otros mecanismos de protesta cuando se pone en riesgo la
salud de los niños y niñas, de los chicos y chicas de la Argentina porque ustedes
(en referencia al gobierno de Javier Milei) deciden bajarle Bienes Personales a
(Marcos) Galperín e impedir con eso que se atienda un chiquito en el Garrahan”.
Ante esas expresiones,
entonces, el ahora panelista de televisión Moreno respondió llamando a los
comunicadores en general y a Schargrodsky en particular a la cautela, bajo la
premisa de que “cuando vos habilitás otros métodos de lucha incluso habilitás la
lucha armada, de esa manera desestabilizás el sistema violentando lo institucional.
Antes de llegar a lo de Iván es preferible terminar con esto (en alusión al
gobierno) ahora mismo”. Así, el referente peronista volvía sobre su propia
hipótesis, formulada en infinidad de ocasiones, de la necesidad de convocar a las
fuerzas políticas opositoras a presentar un pedido de juicio político para destituir
al actual presidente por una vía pacífica, en la certeza de que el daño
económico, político y social que el mileísmo está infligiendo al país y a la
sociedad resultan día a día más difíciles de revertir en el mediano y largo
plazo y ante la posibilidad latente de un estallido social cuya magnitud resulta
a priori difícil de calcular.
No obstante, no se hicieron esperar
las chicanas por parte de los propios compañeros de panel de Moreno y tampoco
se hizo esperar el mencionado Schargrodsky, declarando públicamente que jamás
había tenido la intención de invitar a la sociedad a legitimar cualquier método
de lucha, incluso métodos ilegales, como forma de protesta en contra del
genocidio mileísta.
Pero la aclaración presenta
un problema, el propio programa del que Moreno participa nos da cuenta de la doble
vara con la que ciertos sectores del demoprogresismo manejan el discurso a su
antojo para azuzar el conflicto social, tirando la piedra y escondiendo la mano.
Lo hacen exactamente igual que los libertarios mileístas a los que ellos denuncian
y a quienes supuestamente se oponen furiosamente, porque de siameses en espejo
se trata y sus comportamientos son idénticos en naturaleza e intensidad, aunque
en direcciones opuestas. Veamos un ejemplo.
Momentos antes del ya
mencionado intercambio, en el propio programa conducido por el inefable Pablo
Duggan (Duro de Domar, C5N) los panelistas habían estado analizando sesudamente
una serie de episodios de violencia más o menos sobreactuada sufridos por
algunos referentes del libertarismo, unos de ellos periodistas militantes e influencers de redes sociales, los otros funcionarios de Educación, quienes
fueron repudiados tanto en ocasión de la llamada Marcha Federal Universitaria
del pasado 2 de octubre como en el contexto de una charla abierta para alumnos
de la Universidad Nacional de La Plata, la que fue cancelada en redes sociales
y finalmente resultó suspendida como consecuencia del escrache al que fueron
sometidos los oradores, con puteadas y piedrazos incluidos.
Lo llamativo del caso fue
cómo los mismos columnistas que minutos más tarde se acalorarían e indignarían
ante el mensaje de Guillermo Moreno en este otro contexto y como por arte de
magia supieron separar las intenciones de la realidad. En un mundo ideal,
alegaban, el hincha de Boca debería poder presentarse en la tribuna popular de
River vestido de pies a cabeza con los colores y el escudo de Boca, vivando en
favor de su equipo e incluso insultando al rival sin que por ello tuviera que
resultar víctima de violencia física alguna. Incluso ante la flagrante
desubicación y provocación por parte del simpatizante de la “azul y oro”,
sostenían, la platea “gallina” debería permanecer impasible, porque no somos
animales y no podemos manejarnos como manada. Pero lamentablemente, aclaraban,
no vivimos en un mundo ideal y la realidad indica que si un hincha xeneize se
cuela en la platea riverplatense a burlarse y provocar muy probablemente la
vaya a pasar mal, resultando ciertamente atacado por la masa enfervorecida.
De manera análoga, argumentaban,
no se puede esperar que los influencers libertarios quienes han fomentado
sistemáticamente consignas plagadas de odio hacia el oponente se encuentren con
una platea muy abierta al sano debate de ideas en el contexto de una marcha en
defensa de la misma educación pública que esos propios influencers han
defenestrado hasta el hartazgo, bregando por su privatización, por el cierre de
instituciones educativas y acusando a sus inscriptos de zombies y de lacras.
Lo natural, aunque no sea ideal, afirmaban, era que la masa concentrada se la
tomase contra esos personajes y les diera la biaba, como se diría en el barrio.
En resumidas cuentas, la
idea general que en ese bloque parecía prevalecer entre los intelectuales del
living de Duggan era aquella propuesta por el saber popular: el que mal anda
mal acaba, o bien, al que le guste el durazno que se aguante la pelusa. El discurso
de “zurdos van a correr” trae aparejado necesariamente su correlato, el de “diestros,
van a correr” y se desplaza de la virtualidad de las redes sociales hacia la
realidad de las calles toda vez que la parcialidad identificada con esa entelequia
agrupada en el concepto algo informe de “zurdos” se reúna en el espacio
público, viéndose allí provocada por individuos identificados con la parcialidad
opuesta. La conclusión esbozada en esa tribuna de opinión era que no se puede
esperar la paz y la concordia cuando uno sistemáticamente atiza las llamas de
la discordia y la disolución social.
Lo paradójico (o no) es que
del lado M de la grieta el ejército de trolls del mileísmo adoptó una postura
de victimización, alegando que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa,
que no es lo mismo escribir en redes sociales consignas antikirchneristas/antiizquierdistas
que llamar a la violencia desatada, la consigna de “zurdos van a correr” no
debería tomarse literalmente, sino en un sentido metafórico de corrimiento de
la izquierda trotsko-kirchnerista desde un lugar de relevancia en la arena de
la política hacia un sitio de marginalidad propio de la vanguardia iluminada.
Y entonces resulta siendo,
sin que la cosa sorprenda demasiado a nadie, que una y otra parcialidades
sostienen en los medios de comunicación idéntica actitud provocativa, propia
del que tira la piedra y esconde la mano. Los libertarios no decían en serio
que los “zurdos” habrían efectivamente de correr por las calles de la ciudad,
atemorizados frente a su amenazante paso. Los progresistas no quisieron decir
que la muerte de un infante como consecuencia de las políticas de
desfinanciamiento del sistema de salud habilitaría todo método de protesta,
independientemente de la legalidad o ilegalidad de este. Lo verdaderamente
paradójico es que no fue el panelista Moreno sino Cynthia García, la reputada
periodista, quien dentro de esa tribuna de opinión mal citó a Nietzsche diciendo
más o menos que no existen hechos sino interpretaciones de los hechos. Todas
las interpretaciones son válidas, pero algunas son más válidas que otras.
La pregunta que se impone es
la siguiente: si algunos discursos extremistas pronunciados por trolls
mileístas habilitan sin justificar la violencia como vuelto, ¿por qué no
podrían hacer lo propio los discursos extremistas pronunciados por los demócratas
progresistas de modos alfonsinistas? ¿Por qué si resulta de un cinismo
manifiesto afirmar que un libertario no quiso decir lo que dijo no sucede lo
mismo cuando el que de desdice es un progresista? Si no existen hechos sino
interpretaciones, ¿por qué la interpretación de un Guillermo Moreno es
inválida?
No es la intención de estas
líneas resultar en una apología de Guillermo Moreno, sino más bien poner en
evidencia el mecanismo de los “comunicadores” de atizar el malestar social
tirando la piedra y escondiendo la mano. En otro orden de cosas, es Moreno uno
de los pocos dirigentes políticos que se han venido tomando el trabajo de
llamar a la paz en un contexto de ánimos sociales crecientemente caldeados.
¿Por qué habría ahora de sumarse a la oleada de convocatorias a tomar las
calles?
Lo cierto es que ninguna
persona medianamente sensata puede suponer que una familia a la que
eventualmente se le muera un niño como resultado de una política activa de
desinversión en materia de salud va a manifestarse pacíficamente pegando carteles
y alzando pancartas. Es desde ya muy probable que los civiles en esas circunstancias
se manifiesten con ira y furibundos ante el dolor y la injusticia. ¿Por qué no
podría pensarse que un hecho tan conmocionante a nivel social no podría desatar
toda clase de reacciones, rompiendo un equilibrio social que desde ya se encuentra
en un estado de extrema precariedad? ¿Resulta entonces tan risible y propio de
un “viejo gagá” llamar a expresarse responsablemente y con mesura, evitando
pronunciarse en el discurso a favor de situaciones que, salidas de madre,
puedan acarrear consecuencias indeseables e inesperadas?
Resulta barato a los comunicadores
en los medios de comunicación acrecentar a través de sus discursos incendiarios
el descontento en una sociedad que no necesita para vivir en constante estado
de conmoción e indignación más que salir a la vida y observar cómo día a día
sus condiciones materiales de supervivencia empeoran a causa de las políticas
sistemáticas de empobrecimiento de la clase trabajadora. El oprobio, el escándalo,
están a la orden del día y en medio de ese caldo de cultivo del malestar
social, los medios se hacen la panzada arengando a unos y a otros para que se odien
entre sí. Es barato y efectivo, porque no tiene consecuencias.
No son los panelistas de
televisión quienes salen a la calle armados con lo que tengan a la mano cuando
la desesperación supera al miedo y el estallido se desata. No son los influencers de redes sociales ni los comentaristas de la realidad quienes ponen el cuerpo
cuando los ánimos sociales se caldean y la violencia se sale de madre. Son los
trabajadores de a pie, los padres de familia, los pobres diablos que ya no encuentran
nada que perder y eligen salir a la calle a matar o morir. Y mueren,
efectivamente. Los mártires de diciembre de 2001 deberían darnos testimonio de
ello. Lo triste del caso es que los muertos siempre los pone el mismo sector,
los comentaristas de la televisión siempre se encuentran a resguardo y bajo
techo cuando las papas empiezan a arder.
Siempre me llegás al corazón con lo que escribís. Solía ser bastante duro, pero ahora por todo se me cae una lágrima así de fácil. Imaginate que tuve que pedir una beca de comedor de la facultad y estoy almorzando el menú universitario para ahorrar. Menos mal que me falta poco para recibirme y que tengo mi sueldo de docente que es cada vez peor pero aun así la puedo remar. Solo espero que este infierno acabe pronto y volvamos a ser la Argentina grande con que San Martín soñó. Abrazo peronista a la distancia.
ResponderEliminarDios te oiga, amigo. No hay mal que dure cien años... Ni cuerpo que lo resista. Te envío un enorme abrazo, mucha fuerza.
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