Cocción a fuego lento



Desde mediados del pasado mes de julio en adelante, todos los indicadores políticos vienen dando a entender que el ciclo de gobierno de Javier Milei está terminado y solo resta por conocerse de qué manera se llevará a cabo la transición entre el actual periodo y el que sigue. ¿Permanecerá el líder libertario sentado en el sillón hasta 2027, aunque vaciado de todo poder efectivo y apenas presente como figura decorativa o resultará reemplazado por alguna pieza intercambiable que venga a hacer tiempo durante el interregno previo a la llegada del gran ordenador de la hegemonía que se va a cristalizar? 

Y en ese último caso, ¿quién sería el reemplazante más idóneo, dadas las condiciones actuales de presión y temperatura? ¿Podría ser la vicepresidente Victoria Villarruel, quien cuenta con el aval y hasta con la simpatía de un cierto autopercibido “nacionalismo” que la considera como una figura potable debido a su sobreactuación de patriotismo y el opoficialismo que ejerció tempranamente apenas iniciado el periodo de gobierno que ella misma integra, en una suerte de reedición de Cristina Fernández a gusto de los anticristinistas? ¿Será algún miembro sobresaliente del parlamento, seleccionado a partir de un juicio de destitución y la ulterior elección de un sucesor a cargo de la asamblea legislativa? Los detalles poco importan a los fines prácticos, lo cierto e innegable es que sea como sea que se den los acontecimientos desde el punto de vista de las formalidades, el ciclo mileísta ya tiene el boleto picado y se encuentra de salida, aunque aún resta conocer las nimiedades del traspaso de mando.

Esto se hace evidente toda vez que el observador se detiene a contabilizar en términos numéricos el repentino giro copernicano en la postura de la llamada oposición al régimen, la que de un día para el otro “activó” y cosechó sistemáticamente una serie de “duros reveses” —tal es el término que se repitió hasta el hartazgo en los medios y las redes sociales— en contra del gobierno mileísta, abandonando su postura prescindente escudada en la “correlación de fuerzas” parlamentarias. Dicha postura se tradujo en criollo en un hacer la plancha por un año largo de miserias para los argentinos, mientras el mileísmo daba rienda suelta a su macabro plan de empobrecimiento sin precedentes y entrega en bandeja de la independencia económica y la soberanía política del país.

No obstante, de un día para el otro y sin que mediase una elección de medio término que viniera a modificar la constitución de las cámaras legislativas, la autodenominada oposición se desperezó de su modorra y comenzó llamativamente a generar los acuerdos necesarios para frenar las iniciativas oficialistas, una a una y sin mayores sobresaltos. De hecho, ha sido paradójicamente como consecuencia de las derrotas legislativas que resultó previsible la caída del mileísmo en las elecciones de medio término y no al revés como hubiera dictado la lógica.

Y la pregunta obvia es por qué. A qué se debió que durante un año largo todos los bloques políticos estuvieran de acuerdo en dejar hacer y dejar pasar —cuando no en aprobar cada una de las iniciativas del gobierno, incluso aquellas que resultaron en medidas de largo plazo lesivas del interés nacional— y de repente se pusieron de acuerdo en que la motosierra no daba para más, aunque en rigor de verdad las personas individuales que integraban ambas cámaras hayan sido en todo momento estrictamente las mismas.

¿No hubiera sido mucho más lógico actuar como una auténtica oposición y frenar de plano las medidas que atentaron desde el inicio del gobierno de Javier Milei en contra del bolsillo de la población y la soberanía del país? La respuesta no es tan sencilla. Para empezar, para que algo así sucediera debería existir un oficialismo y una oposición con programas de gobiernos opuestos el uno del otro. Desde el punto de vista del militante del “campo nacional y popular”, bienintencionado y más bien ingenuo, la llamada “oposición” ha venido plantándose desde el día cero a través de hashtags, comunicados y publicaciones en las redes sociales, pero en lo que al palacio legislativo concierne, no estaban dadas las condiciones políticas para avanzar en contra del paquete de medidas que impulsó el oficialismo por ejemplo a partir de la llamada “Ley de Bases”.

Así, el militante del “campo nacional y popular”, bienintencionado y más bien ingenuo logra sublimar su inquietud ante el plan de sistemático de pauperización de la sociedad y disolución de la comunidad sin caer en preguntas incómodas acerca de la naturaleza de los acuerdos que los dirigentes en la política tejen en la penumbra de los despachos y las oficinas. Cuál es la función de una oposición que no se opone es una pregunta que la militancia bienintencionada (y bien alimentada) elige no hacer.

Pero cualquiera que se quite de encima el peso que los mismos dirigentes colocan sobre las espaldas de la militancia obligándola a practicar la obediencia ciega y acrítica puede observar la realidad desprovista de maquillaje: ni el llamado “campo nacional y popular” ni el gorilismo desembozado no libertario demostraron en ningún momento una voluntad genuina de oponerse al régimen, lo que da cuenta al observador de la profundidad de los mentados acuerdos entre “oficialismo” y “oposición” por derecha, por centro y por izquierda. Es que de otra manera que no sea mediante la existencia de acuerdos previos no se explica cómo de un día para el otro operó semejante cambio en la postura de los formadores de opinión mediáticos y los dirigentes en la política local.

Alguien, una persona o un actor tuvo que dar la voz de “¡Aura!”. Bien mirada la cosa, apenas meses antes de las elecciones de medio término, de hecho los economistas y analistas económicos afines al progresismo socialdemócrata se atornillaban a los livings de los canales de televisión augurando preocupados el “milagro económico” que se avecinaba e interrogándose acerca de cómo le sería posible a la oposición derrotar a Javier Milei en elecciones si el plan económico del oficialismo “salía bien”.

Ello da cuenta de que a nivel programático las distancias entre la derecha libertaria y la izquierda progresista no son sustanciales, más allá de que unos defienden el pobrismo asistencialista como paliativo de sus propias medidas macroeconómicas y los otros no. Sin embargo, transcurrieron apenas meses entre aquel momento de fortaleza de un oficialismo validado por la misma autodenominada oposición y la contundente derrota de las listas de La Libertad Avanza en las elecciones de autoridades legislativas en la provincia de Buenos Aires, el pasado 7 de septiembre. Algo pasó en el medio y ese algo es, como ya hemos puntualizado, la sucesión de derrotas legislativas sumada a los escándalos de corrupción que milagrosamente afloraron mediáticamente semanas antes de las elecciones.

A partir de estos acontecimientos, entonces, los tiempos de la política se aceleraron y la derrota se tornó previsible para el observador desideologizado, aunque al parecer haya sido imprevista para la militancia del “campo nacional y popular”, de entre cuyos referentes se destaca el gobernador Axel Kicillof, quien había declarado días antes de la realización de los comicios que perder por dos puntos porcentuales no iba a significar un mal resultado para el nuevo Frankenstein electoral llamado Fuerza Patria.

El descontento generalizado de una población que no ve otra salida que las urnas para “ponerle un freno a la motosierra” no podía no ponerse de manifiesto, sobre todo en medio a escándalos de coimas que colocan a la transparencia ética de la que hizo gala el gobierno, uno de sus caballitos de batalla contra la “casta”, en el lugar del humo puro y duro. “Roban y no hacen” parece ser el nuevo lema atribuible a La Libertad Avanza, el que viene a reemplazar al viejo “Roban pero hacen” del kirchnerismo tardío.

Así, el sector que en 2023 creyó en “lo nuevo” encarnado en Javier Milei frente a las figuras repetidas de Sergio Massa y Patricia Bullrich y que finalmente resultó desencantado por la virulencia de la avanzada liberal libertaria sobre sus condiciones de vida se quedó en su casa carente de toda opción que lo represente, mientras que acudieron al cuarto oscuro quienes no optaron por el mileísmo entonces ni tenían pensado hacerlo ahora. En ese sentido, podría decirse que el principal vencedor en la contienda electoral de medio término ha sido a lo largo de todo el año (no solamente en la provincia de Buenos Aires) el abstencionismo, signo inequívoco del hastío social y la desmovilización política generalizada.

Mientras que los pocos “gatos locos” que votaron a los candidatos de Milei fueron el ínfimo resabio de su otrora floreciente militancia, sumado al gorilismo frenético de siempre que ya durante el macrismo aseguraba estar dispuesto a comer tierra con tal de que el kirchnerismo “no vuelva más”, el engendro bautizado Fuerza Patria solo tuvo que mantener el perfil bajo y cosechar, haciendo uso de la máxima peroniana de no hacer nada y que todo lo hagan los “enemigos”.

Entre muchas comillas, por supuesto. Ni el frente Fuerza Patria es lo que se dice “peronista” ni son tan “enemigos” aquellos que se le enfrentaban en la contienda electoral. A pesar de los completamente infructuosos esfuerzos de la militancia peronista sin comillas, siempre cándida e idealista, por separar la paja del trigo y atribuir la victoria al panperonismo unido, fuera de la ola de descreimiento en la institucionalidad republicana indicada por los altos índices de abstención en los comicios el triunfo electoral es enteramente capitalizado por el progresismo socialdemócrata y tiene nombre y apellido: Axel Kicillof.

El díscolo que cuestionó la autoridad de Cristina Fernández desdoblando las elecciones de medio término resultó en vencedor de la pulseada, capitalizando para sí un triunfo que le permite proyectarse a octubre… De 2027. Para ello no necesitó ni carisma ni oratoria, ni siquiera una gestión de gobierno provincial sobresaliente o una titánica tarea de militancia similar a la que encabezó seis años atrás de cara a su postulación a gobernador, mediante la épica campaña montado a un Renault Clio allí por mediados de 2019.

Apenas bastó la iniciativa política de realizar los comicios anticipadamente desafiando al cristianismo y poco más: sentarse a esperar que transcurriera una campaña de baja intensidad, que el desmadre económico hiciera su trabajo de desgaste sobre el oficialismo y que el periodismo hiciera uso del material relativo a los escándalos de la corrupción mileísta, que ya había almacenado con el propósito de darlo a conocer cuando fuera el momento idóneo. Así, todos los reflectores y las cámaras apuntaron al gobernador, quien además contó durante el cierre de campaña con el beneplácito del padre político de Javier Milei, un Sergio Massa a quien las palabras de Kicillof conmovieron visiblemente hasta las lágrimas.

Ahora, con Cristina Fernández neutralizada en su torre de marfil, el mileísmo encerrado en sus propias contradicciones y el peronismo en extinción, una vez más habiendo sido seducido por el canto de sirena de la “unidad” para luego ser utilizado en la captura de voluntades y votos durante la campaña bonaerense, el progresismo liberal en lo económico y lo social se afianza como alternativa al libertarismo liberal en lo económico y conservador en lo social, viniendo a cristalizar un modelo de péndulo bipartidista, destinado a garantizar la continuidad de la orientación económica y geopolítica del país y orientar el llamado “debate” político hacia el chiquitaje y la estupidez identitaria.

Este régimen consolidará la alternancia entre versiones A y B de un mismo modelo de administración de la dependencia, con un pueblo desencantado ajeno a las veleidades de la politiquería vernácula, interesado apenas en la sobrevida cotidiana y una minoría politizada atenta aún al juego de siameses en espejo de la institucionalidad republicana. Cuando A gobierne, B jugará a oponerse y cuando A choque la calesita vendrá B a imponerse bajo la promesa de que los otros “no vuelvan más”, aunque en rigor de verdad la chocarán también y entonces será el tiempo de que A regrese al ruedo. La farsa republicana quedará entonces respaldada por la simulación democrática y el proyecto colonial estará debidamente intacto.

El gobierno de Javier Milei, cocinado a fuego lento, se encuentra de salida y solo resta movilizar la sucesión en el sillón. Si el poder decidió que esta se dará en diciembre de 2027 bajo la simulación de un mandato cumplido, seguramente las elecciones nacionales de octubre de este año darán como resultado una aparente victoria de La Libertad Avanza, que venga a otorgar aire a la coalición de gobierno de manera de garantizar una cierta estabilidad política por los próximos dos años, durante los cuales Javier Milei ocupará el sillón como una figura ornamental. 

Si por el contrario el establishment local dependiente de la sinarquía internacional opta por un esquema de salida más dramático, con juicio político y destitución, seguramente las listas de octubre asegurarán la derrota del oficialismo con el fin de otorgar a la opinión pública la sensación de que la nueva constitución de las cámaras parlamentarias finalmente logró romper con el empate de la “correlación de fuerzas”. Así, el poder se asegurará ante la militancia del “campo nacional y popular”, bienintencionada y más bien ingenua, la pervivencia de la fe ideológica en el sistema llamado “democrático”, garantizando a la vez la continuidad del esquema bipartidista.

El triste reinado del excéntrico Javier Milei está finalizado y viene de salida. Ahora el que parece estar encerrado en el caldero y cociéndose a fuego lento es nada menos que el pueblo argentino.

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