La desazón, la autoconmiseración y el resentimiento goriloide hacia un pueblo que no entiende ni se esfuerza por entender se hicieron carne entre la militancia sobreideologizada del “campo nacional y popular” tras conocerse los resultados preliminares de las elecciones nacionales de medio término el pasado 26 de octubre.
No obstante, apenas un mes antes de completarse el segundo año del ciclo mileísta, el diagnóstico respecto del mismo sigue siendo idéntico al que se avizoraba desde mediados de año, incluso antes de la paliza electoral de septiembre en la provincia de Buenos Aires antecedida por sucesivas “duras derrotas” parlamentarias: todas las señales dan a entender que independientemente de la aparente victoria electoral, el gobierno mileísta tiene el boleto picado.
Sin embargo, a partir de las elecciones de octubre el esquema de salida parecería por primera vez en lo que va del proceso comenzar a decantarse hacia alguna de las opciones posibles en disputa. Obturada ya en 2024 por un tristemente célebre tuit de Cristina Fernández la posibilidad de una convocatoria a asamblea legislativa que designe a un presidente sucesor de entre los legisladores y gobernadores disponibles, previo juicio político contra Javier Milei, las alternativas disponibles se reducen apenas a dos.
Por un lado, pica en punta la opción elegida por el sistema para los casos de Mauricio Macri y Alberto Fernández, consistente en la posibilidad de permitirle a Milei cumplir desde lo institucional con el mandato de cuatro años, aunque completamente vaciado de poder decisional y más bien ubicado en el lugar de una figura ornamental que deje hacer y deje pasar lo que otros desde fuera del país designen para la política económica local. En segundo lugar puede mencionarse la salida más dramática en carpeta, aquella que funcionó para el caso de Fernando De La Rúa: un estallido social con renuncia del presidente y de la vice, helicóptero, represión social con civiles muertos en la calle y estado de sitio y entonces sí, una asamblea legislativa que venga a “poner orden” con el acuerdo de todos los sectores de la politiquería local.
En el frágil estado de las cosas, difícil resultaría pronosticar con seguridad la ocurrencia de alguna serie de eventos como hace el meteorólogo mirando las variables atmosféricas para pronosticar el clima, pero dado el sostenido proceso de desmovilización política de las mayorías populares, sumado a un estado terminal de la economía tendiente a la mera supervivencia, y a la amenaza de represión por parte del régimen mileísta, la opción de un estallido social inorgánico que precipite los hechos y acelere el traspaso de mando tiende a resultar cada vez más inverosímil.
Por otra parte, a diferencia de la situación social de diciembre del año 2001, más allá del proceso de disolución social y caída sostenida de las condiciones materiales de reproducción de la vida que se viene sosteniendo por lo menos desde mediados del segundo gobierno kirchnerista, en la actualidad los programas de ayuda hacia el último eslabón de la cadena social se mantienen medianamente estables, otorgando al sistema un “colchón” sobre el cual reposar con la finalidad de amortiguar la presión social de abajo hacia arriba. La bronca, la incertidumbre y el desencanto no traccionan la violencia social contenida con la misma intensidad con que lo hace el hambre urgente, que no espera ni entiende razones ideológicas.
Por otra parte, la presentación mediática del triunfo mileísta a nivel nacional como un presunto “plebiscito” de la gestión del gobierno libertario tiende a reforzar la primera hipótesis, la de un descenso leve desde el lugar principal de Milei como figura política hacia su disolución lenta pero permanente al estatus de figura simbólica o de la farándula, un mero adorno. Esto se desprende entre otros indicios de las advertencias del presidente de los Estados Unidos Donald Trump, quien apenas días antes de la elección realizó declaraciones altisonantes en las que ponía de manifiesto que la “ayuda” de su gobierno hacia la Argentina dependía o estaba condicionada por el resultado del mileísmo en los comicios, dando a entender abiertamente que la política económica del país está sujeta al arbitrio de por lo menos una potencia extranjera y que esa relación de sujeción tiende a afianzarse a medida que el país contrae más compromisos con el extranjero.
Dicho apenas en criollo, en un país abiertamente colonial Milei no necesitará trabajar de presidente siempre que existan funcionarios del ministerio de Economía dispuestos a cumplir a rajatabla con los mandatos emanados directamente del poder central. Así, el “joven” e inseguro Milei, traumado patológico y ávido de aprobación popular, podrá gozar por dos años de las mieles de la fama dando rienda suelta a sus inquietudes pseudoartísticas y al mesianismo que caracteriza a la pareja presidencial, mientras el gobierno estará vacante, manejado a control remoto por agentes de la metrópoli.
En el ínterin, a partir del 10 de diciembre recobrará una fuerza inusitada el argumento por la “correlación de fuerzas” en el plano parlamentario, ideal para facilitar la ficción de debate político, inocuo y divisor de la sociedad, y principalmente fundamental para exonerar ante la mirada pública a la mal llamada “oposición” que luego deberá reemplazar a Milei en el sillón a partir de 2027, cuando las reformas que al día de hoy permanecen como meros proyectos hayan sido aprobadas ante la supuesta indignación del arco político no mileísta, “atado de pies y manos” por operar virtualmente en minoría legislativa.
Entonces sí, quedará completamente garantizado el estatus irreversible del país como colonia de poderes extranjeros y/o globalistas, con el concierto de todas las fuerzas políticas en pugna, de derecha, de izquierda y de centro (incluido, claro está, ese caldo indefinido que actualmente se da en llamar “peronismo”).
El paquete de leyes que el mileísmo (con el acuerdo de las fuerzas políticas de la mal llamada “oposición”, por supuesto) deberá aprobar de aquí a las elecciones presidenciales de 2027 incluye entre otras medidas una reforma laboral completamente lesiva de los derechos fundamentales de los trabajadores instaurados por Juan Perón a partir de 1943 en su rol de secretario de Trabajo y Previsión y elevadas a prerrogativa constitucional en 1949. De esa manera, por la vía mal llamada “democrática” —esto es, electoral y republicana, muy formal y pacífica pero de todo menos democrática— los poderes que desde 1955 se han propuesto desperonizar completamente el país vendrán a asegurarse el retorno sin salida visible de la sociedad argentina a un estado de preperonismo similar al de la década infame.
Volviendo a la interpretación mediática de los resultados del comicio como un apabullante triunfo del mileísmo y un verdadero plebiscito de su gestión de gobierno, la realidad indica que cualquier aseveración en aquella dirección resulta por lo menos arriesgada, cuando no abiertamente sesgada por un interés de distorsionar los hechos ante la opinión pública con el fin de sostener en delicado equilibrio lo que queda del gobierno. Lo cierto es que como durante todo el año, el gran ganador de las elecciones tanto a nivel provincial como a nivel nacional ha sido el abstencionismo, indicador insoslayable del hastío social y de la pérdida de fe generalizada en el sistema dicho democrático (en rigor, el sistema republicano de simulación de la democracia) por parte de una sociedad que ve día tras día un retroceso tangible en sus condiciones materiales de vida y en sus expectativas de progreso, recibe muchas promesas de “volver mejores” o “terminar con la casta” pero al final del día, se encuentra con el pescado sin vender y las cuentas sin pagar.
Mientras en septiembre el mileísmo fanatizado se rasgaba las vestiduras afirmando que la sociedad argentina prefiere cagar en baldes antes de dejar de votar “peronismo” ahora pudo regodearse en festejos porque “lo dimos vuelta”. El kirchnerismo remanente, por su parte, luego de renovar la fe tras la victoria de septiembre, en octubre se hundía en la depresión y los lamentos cuando no en el odio desembozado, acusando a los votantes mileístas de cagarse en los jubilados, los discapacitados y los pacientes del Hospital Garrahan. Las acusaciones en tono escatológico no se hicieron esperar, pero los intentos serios por encontrar las raíces de la derrota brillaron por su ausencia.
Poco se vio en los lacrimógenos análisis de las redes sociales por parte de los militantes y simpatizantes del “campo nacional y popular” de siquiera un acercamiento hacia el cuestionamiento del sistema de representación republicano dicho democrático o de los dirigentes que lo constituyen y lo sostienen. Tampoco se dijo mucho acerca del carácter invendible y chato de los para nada carismáticos candidatos del Frankenstein dado en llamar Fuerza Patria, en medio a una campaña de una intensidad tan baja que un eslogan pegadizo y apolítico como “Para elegir al colorado marcá al pelado” (en referencia a las características físicas de José Luis Espert y su reemplazante, Diego Santilli) logró calar lo suficientemente en la clientela como granjearse cierta simpatía entre los indecisos e inclinar la balanza a su favor.
En ese sentido, la variable mediática/judicial, que en septiembre había resultado determinante, llegó a destiempo en octubre y pudo ser capitalizada a su favor por un mileísmo que se vanagloria de una presunta superioridad moral respecto de los “kukas” y los “korruptos”. “Cuando un candidato nuestro es sospechado o acusado de tener vínculos con el narcotráfico”, dicen los libertarios, “se baja de la candidatura y se pone a disposición del poder judicial. No como los kukas que se escudan en sus fueros para mantenerse impunes”.
De un lado o del otro de la grieta riverboquista, la tendencia general entre los siameses opuestos en espejo es a culpar al pueblo por no “votar bien” y poco más, mientras los dirigentes en algunos casos bailan en la cubierta del Titanic y en otros casos bailan en el balcón de San José al 1100, sin que nadie entienda mucho por qué. Por fuera de todo el ruido y las pocas nueces, se acentúa el proceso de cristalización de un modelo de alternancia en el poder por parte de un partido “de derecha” y uno “de izquierda”, ambos alineados perfectamente en lo que a política económica y orientación geopolítica se refiere.
La actividad política estará dirigida a individuos sobreideologizados con afán de sentirse parte de alguna identidad que los contenga, capaces de dejar de hablarse con sus propios parientes por defender un proyecto que, declame justicia social o meritocracia, nunca defenderá del todo el interés soberano de la patria, ni la independencia económica con industrialización ni la formación de comunidad en detrimento del liberalismo individualista. El llamado “debate” político quedará restringido a los fanáticos, mientras las mayorías verán la cosa como quien oye llover, hartas del ruido ambiente, de las promesas vacías y ocupadas en la supervivencia. Un auténtico ejército de peones urbanos pata al suelo, condenados tristemente al infraconsumo.
A menos que un milagro suceda y la divinidad insufle este pueblo cansado y derrotado un hálito de fuego revolucionario, con una conducción patriota y nacionalista capaz de romper con el esquema establecido y organizar a las masas en defensa propia tal como sucedió en 1943, el destino que le espera a nuestro país es el de la factoría, ese destino que el peronismo logró retrasar por ochenta años pero que finalmente parece estar triunfando ante la mirada impasible de una dirigencia entreguista.

Al respecto, uno de mis mejores amigos me escribe luego de las elecciones y me dice que a los que no fueron a votar no se los puede llamar patriotas. Mirá que es un tipo que sabe un montón y en muchísimas cosas coincidimos, pero estamos en un ambiente predominantemente progre y un poco nos embarramos con esas ideas. Pero parece que no cabe lugar para la autocrítica y el cuestionamiento a los dirigentes "propios", que hay que ser fanático de una camiseta partidaria y al que no nos vota hay que destrozarlo, cayendo en el mismo comportamiento repudiable de Karen Reichardt al decir que los que no votan a Milei son "enfermos mentales". Se cumplió aquello que deseaba Churchill de "fomentar divisiones internas apoyando a bandos de derecha e izquierda" e incluso los que más o menos sabemos leer la jugada somos parte.
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