Mensaje de Navidad 2025


 

Faltan pocos días para la Navidad y casi todos los años en esta época se me da por escribir alguna cosa en alusión. Soy una persona profundamente espiritual, pero al mismo tiempo soy bastante arisca y me molesta mucho la cursilería clásica, por lo que siempre les estoy rehuyendo a las palabrerías tradicionales, a las tarjetitas y por supuesto, a Papá Noel.

Estas fechas me traen a cuento el viejo trauma del hombre con un Papá Noel vengativo que todos los años lo hacía sentir insuficiente, malo, porque llegaba con regalos ostentosos para los niños malditos, los soretitos malcriados del barrio, pero a él jamás le daba nada incluso aunque siempre y en todo lugar intentaba ser un nene bueno, un buen cristiano. Es bastante retorcido el viejo, sobre todo cuando las familias son pobres y los padres no pueden comprar lo que los chicos anhelan, por lo que suelen quedarse a deber.

En casa la cosa siempre fue sencilla, mis papás la hacían corta y desde chiquitos nos dijeron claramente que Papá Noel no existe, pero que si nos llegábamos a encontrar con algún despistado que se creyera el cuento, que no lo desmintiéramos. Hay lugares donde es mejor no meterse, para desilusionarse está la vida.

Y creo que esa política de mis padres se derivaba directamente del trauma de papá con los Reyes Magos, quienes más o menos habían hecho con él lo mismo que ese otro chanta de Papá Noel hizo con el hombre: siempre discriminaban a los pobres y mostraban preferencia hacia los ricos, incluso aunque los pobres se esforzaran por ser buenos y a los ricos les diera lo mismo ser unos hijos de puta. A ellos jamás los esquivaban los Reyes Magos, a papá y sus hermanas, sí.

En cambio yo crecí sabiendo que no había un Papá Noel ni tampoco había Reyes Magos. Si el 25 de diciembre o el 6 de enero llegaba a haber algún humilde regalito, iba oficialmente de parte de mamá y de papá, con quienes uno intentaba ser mucho más considerado e indulgente que los otros niños con Papá Noel y los Reyes Magos. Con esos seres mágicos los pibes se daban el lujo de embalarse.

Al fin y al cabo, si el viejo ese podía recorrer todo el mundo en una sola noche volando desde el Polo Norte en un trineo tirado por renos flotadores (y entre ellos, el líder tenía una lamparita roja en lugar de nariz), mucho no le costaría conseguir la camiseta oficial de Boca, una bicicleta nueva o una Barbie con todo y sus chiches.

Por el contrario, papá y mamá a duras penas podían traerte un peluchito o una caja de lápices, qué sé yo. Y uno los valoraba sin frustración porque esa pequeñez venía de papá y mamá, a quienes todo les costaba muchísimo más que a Papá Noel. Ese enfoque resultaba menos cruel con la inocencia de los niños, en mi humilde opinión. Es impresionante ver el dolor en el adulto refiriéndose a la traición que sentía de chiquito ante la figura en quien había volcado toda su fe, pero que finalmente lo había decepcionado. Recuerdo que cuando el hombre y yo hablamos de esto por primera vez yo me reí creyendo que me estaba haciendo un chiste, pero pronto comprendí que lo decía en serio, él de verdad había creído en Papá Noel y había aprendido a ser bueno para no defraudarlo y recibir un premio a cambio, pero Papá Noel no había sido justo.

Y cómo duele la injusticia en el corazón inocente de un niño. En esos momentos de injusticia flagrante la infancia se queda anclada aunque pasen los años, medio se encarna como los pelos después de la afeitada, que se quedan metidos lo suficientemente dentro como para no ser visibles todo el tiempo, pero lo suficientemente en la superficie como para seguir doliendo y cada tanto, supurar.

Es triste, pero creo que además en todo el asunto hay un vicio de origen. Y es que poco y nada se habla en Navidad acerca del Niño Jesús. Hagamos memoria objetivamente y pensemos cuándo fue la última vez que nos detuvimos a conversar en estas fechas acerca del Niño Jesús. Parece que Papá Noel, los Reyes Magos y las trivialidades en general nos hubieran hecho olvidar de por qué festejamos la Navidad.

Yo los veo a todos muy apresurados por fijarse qué vamos a comer, qué ropa nos vamos a poner, cuánto vamos a beber, adónde vamos a ir a celebrar, pero no los veo reflexionando acerca de qué cosa celebramos en Navidad. Ahí está el vicio de origen en esos mitos de Papá Noel y los Reyes Magos, que ponen el foco en la satisfacción material del regalo y corren del centro de la escena el hecho fundacional de nuestra cultura, nada menos que el nacimiento de Jesús. Hoy sin ir muy lejos veía un video en el que a una persona le preguntaban cómo pasaría la Navidad y ella respondía: “En pedo”. Era una mujer que había ido a hacer las compras de Navidad y decía eso en televisión nacional, ante el móvil de un noticiero.

“¿Cómo vas a pasar la Navidad?”. “En pedo”.

Sonaba gracioso y todos en el estudio tanto como en los comentarios de las redes sociales se sentían identificados, pero no deja de ser triste, al final. No deja de ser decadente el espectáculo de la autodestrucción, de la evasión y del consumismo en una fecha que nos debería ser tan cara a nivel espiritual. Me parece que sin quererlo, un poco debido a su propio dolor de niño, papá supo a su manera transmitir a sus hijos el verdadero y profundo sentido de la Navidad. En casa nunca estábamos pensando en tonterías materiales durante la época navideña. Y seguro era porque no nos podíamos dar el lujo de hacerlo, sabiendo de antemano que por mucho que lo deseáramos jamás íbamos a reunir el dinero para darnos ciertos gustos. Lo bueno de no tener plata es que llega un punto en que uno ni siquiera piensa en la plata pues sabe que es al pedo. Como dicen los chinos (o los japoneses, lo mismo da), un problema que no tiene solución no es un problema.

Nosotros éramos los indeseables, los que en determinado momento dejaron de reunirse con la familia ampliada debido a las pataditas nada sutiles de alguna tía que sin querer queriendo dejaba traslucir su molestia al tener que aguantarse que nosotros asistiéramos a la reunión trayendo sidras baratas y apenas una ensalada, porque no habíamos reunido para la carne. Y sin embargo, cuando nos empezamos a quedar solitos seguimos haciendo lo posible por respetar el espíritu esencial de la festividad, consistente en estar juntos y poco más, reivindicar ese rito de estar juntos, quizá decirnos que nos queríamos y darnos el abrazo y el beso que durante el resto del año no nos atrevíamos a darnos por mero pudor.

Durante muchos años en lo personal me costó pensar en esta fecha como un día de celebración, pero me doy cuenta de que estaba equivocada. Durante muchos años pensé en mi miseria personal, en las sillas vacías (los muertos, los emigrados), en papá que no tuvo mejor idea que venirse a morir justo semanas después de la Navidad o en la niña que dejé de ser para pasar a ser esta mujer tan complicada, tan jodida. La verdad, a uno la fecha lo agarraba completamente del orto. Con el tiempo llegué a comprender que nunca hay motivos para no celebrar, simplemente cometemos el error de correr el foco de lo esencial.

Cuando ponés la cosa en perspectiva entendés y llegás a la fecha más liviano. Ya no te frustra no tener ropa nueva ni regalitos ni estás con ganas de buscar una excusa para emborracharte hasta perder el sentido por lo mucho que te duele la ocasión. No te interesa molestar a los vecinos escuchando cumbias y reguetones y tampoco te agarra esa tristeza existencial por quienes no están, sea por lo que sea que no estén. Si por una circunstancia llegás a estar solo, entendés que Cristo está con vos. Si estás duelando a tu muerto, sentís que él está descansando en paz porque Cristo dio su vida por el perdón de los pecados. Y entonces a pesar de todo, te sobreviene la felicidad.

Una felicidad ontológica, completamente irracional, hija de la gratitud espiritual. Gratitud a esa niña virgen que a pesar del miedo, del riesgo de lapidación y de la locura del caso (vamos, que cualquiera de nosotras nos cagaríamos de miedo en su lugar y creeríamos haber enloquecido) aceptó su destino y se sometió a la Voluntad de Dios. Gratitud a ese hombre que en una época dura decidió creer en el milagro y hacerse cargo del Niño, asistir a la esposa en el parto y cruzar hasta Egipto en burrito para salvar a la criatura de un destino marcado por la persecución.

María, por esos días apenas una niña a quien una lanza le atravesaría treinta y tres años después el corazón por el dolor de ver a su hijo en la cruz. José, el maestro constructor (“tektón”, mal traducido por simplemente “carpintero”) que enseñaría el oficio a ese hijo que fue suyo porque él lo crió. Ellos recibieron al Salvador en un pesebre, en el pueblo remoto de Belén, rodeados de bestias y no de lujos. Y sin embargo, el regalo que nos dieron a nosotros no tiene precio. Cuando uno lo entiende siente que no hay motivos para no ser felices.

Sí se extraña a los ausentes, sí se duela a los muertos, sí, se desea el progreso material y se siente la necesidad de darse ese gustito que no siempre se puede dar pero sobre todo, cuando uno recuerda que la Navidad no es otra cosa que la conmemoración del nacimiento del Niño Jesús lo que más siente es que nunca hay más motivos que ese día para sentir felicidad. Él nació por nuestra redención, nació por nosotros, vivió para predicar el amor y murió por nosotros. Venció a la muerte y se levantó de entre los muertos, ¿cómo no hemos de celebrar?

Si llegaste hasta aquí, lector, solo quiero que sepas que sos mi hermano, que te deseo la mejor vida, una Feliz Navidad y que deseo desde lo más profundo de mi corazón que logres la felicidad. No necesitás que el pan dulce esté barato, no necesitás que el país se arregle de una buena vez, no necesitás que venga a tiempo para la fiesta el hijo pródigo que no quiere cruzarse con tu cuñado. No necesitás ropa nueva ni champaña ni música a toda puta ni a Papá Noel ni a los Reyes Magos: lo único que necesitás para ser feliz es recordar a Jesús, recordar que Él nació destinado a dar la vida por el perdón de tus pecados y que Dios lo envió por el amor que tiene a la Humanidad, por el amor que te tiene a vos.

Este texto no pretende instigar a nadie a conformarse con poco. Ojalá la mesa de todos rebose de manjares, de bendiciones y de amor. Ojalá nadie se tenga que quedar solo en esta fecha y todos encontremos en este día de Navidad el momento propicio para dar todos los abrazos y todos los tequiero que de ordinario no nos atrevemos a dar. Ojalá la Navidad de todos y cada uno de nosotros sea perfecta pero si no, si por hache o por be llega a darse el caso de que no lo sea, quiero que pienses en Jesús, en María y en José, y que a pesar de todo, seas feliz. Si dejás de lado todas las preocupaciones triviales y tan solo das espacio a que tu corazón lo ocupe el milagro del Nacimiento, creeme que no hay nada que aplaque tu espíritu.

Que Dios te bendiga. Y Feliz Navidad.

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